La Biblia dice en Lucas 1:64

“En aquel mismo momento Zacarías volvió a hablar, y comenzó a alabar a Dios.”

Zacarías, un sacerdote de la orden de Aarón, fue sometido a un doloroso proceso para curar su incredulidad: por aproximadamente nueve meses quedó mudo. No pudo hablar con nadie, salvo por señas, debido a que no creyó al anuncio del ángel que Dios quien le dijo que sería padre de un hijo junto con Elisabet, su mujer.

Cuando el ángel le dijo que las múltiples y reiteradas oraciones por tener un hijo habían sido escuchadas por Dios, la reacción instintiva de este varón fue manifestar las razones por las que esa petición ya no podría materializarse: los dos era ancianos y por si eso fuera poco su cónyuge era estéril.

Ante esa actitud, por nueve meses Zacarías fue a su casa. Uno podría preguntarse por qué tanta dureza con un hombre que sólo preguntó cómo sería posible que con su esposa podrían tener un hijo. A mi parecer la encarnación de Cristo era un tiempo glorioso, el cielo tocaba la tierra. Ángeles eran movilizados sin precedente para ese glorioso evento y la fe era indispensable.

Lucas nos dice lo que sucedió luego de esos nueve meses de silencio impuesto a Zacarías: volvió a hablar y comenzó a alabar a Dios. Las treinta y ocho semanas que no pudo decir una palabra fueron muy útiles para este varón que comprendió cabalmente que para Dios no hay nada imposible.

Le lección fue dura y la corrección de su duda y la sanción por no haber creído fue aceptada por el esposo de Elisabet, quien finalmente recuperó el habla y en ese momento adoró a Dios y reconoció su grandeza, no se quejó ni le reprochó al Señor dejar de hablar por nueve meses, casi un año.

Nos queda claro que a Dios le desagradamos mucho cuando dudamos de su poder, cuando no creemos de su capacidad de llamar las cosas que no son como si fueran. Al Creador le fastidia nuestra falta de confianza. Él siempre sabe lo que hace, cuándo lo hace y cómo lo hace. A nosotros únicamente nos corresponde vivir con fe.

La disciplina recaída en Zacarías nos recuerda que nunca debemos dejarnos llevar por nuestra vista, que las circunstancias no deben normar nuestra fe y que finalmente debemos sobreponernos a nosotros mismos a la hora de materializarse una petición que le hemos hecho a Dios y que parece que nunca nos escuchó.

Cuando a nuestro juicio tarda Dios, nuestra confianza debe seguir. El tiempo no debe ser nunca factor para decaer en nuestra fe. Él llegará a tiempo. Siempre. Nunca dudemos.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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