La Biblia dice en Efesios 1:5

“Nos había destinado a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, hacia el cual nos ordenó, según la determinación bondadosa de su voluntad.”

La doctrina de la adopción es la que mejor retrata el carácter paterno de Dios. Desde siempre en este mundo ha habido, hay y habrá personas que pierden a sus padres de muy pequeños, o en el peor de los casos son abandonados por sus progenitores en cuanto nacen y su vida se convierte en un verdadero suplicio.

Estas personas necesitan con urgencia ser adoptadas no solo para su subsistencia, sino esencialmente para su formación porque un niño o niña que carecen de referentes morales o sentido de familia, generarán en su vida adulta grandes males a la sociedad en la que viven porque carecerán de los más elementales mínimos vitales que se necesitan en este mundo.

En el ámbito espiritual ocurre exactamente lo mismo, los hombres somos seres con profundas necesidades que no pueden ser suplidas de otra forma sino a través de Dios y particularmente por medio de su presencia como Padre en la existencia de las personas y para ello es indispensable la adopción divina.

Pablo desarrolla está enseñanza tomada del derecho romano que la estableció para que los romanos pudieran contar con instrumento que les permitiera dar su nombre y apellido a quien quisieran dejar entrar a su familia. La adopción le daba todo el derecho a quien la recibía y por supuesto también todas las obligaciones.

Era un acto en extremo generoso porque de no tener ningún derecho de pronto gozaban de todos los beneficios que tenía el padre, y esa es la idea que Pablo quiere dejar patente para todos nosotros cuando habla de la adopción. Fuimos adoptados, según el puro afecto de su voluntad como Padre.

No éramos hijos, ni éramos nada, pero él en su infinito amor con que nos amó nos dio vida y luego en nuestra orfandad, en nuestra profunda necesidad y carecían de toda clase nos recogió en adopción para hacernos sus hijos y desde entonces tenemos un Padre ocupado y preocupado por nosotros.

Dios es una clase de padre que nos provee todo lo que necesitamos y por eso lo bendecimos, pero también es un padre que nos corrige y disciplina cuando ofendemos su santo nombre y nunca nos deja sin su cuidado. Él es un verdadero Padre para todos nosotros porque nos auxilia siempre.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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