La Biblia dice en Juan 7:37
“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed venga a mí y beba.”
En el capítulo siete de su evangelio, Juan nos ofrece el relato de una de las fiestas de los tabernáculos en la que Jesús participó durante su ministerio. Juan nos ofrece detalladamente lo ocurrido durante los siete días que dura esa celebración que justamente en el calendario hebreo del año dos mil veintiuno ocurre del veintiuno al veintinueve de septiembre.
La festividad también se le conoce como de las enramadas porque los israelitas tenían que construir casas con ramas de palmeras, de árboles frondosos y sauces del río, según establece el libro de Levítico y por eso algunos en lugar de tabernáculos o enramadas, le llaman chozas o tiendas porque eran casas sencillas e improvisadas rodeadas de frutos.
La fiesta tenía un propósito fundamental: recordarle al pueblo hebreo su estancia en el desierto por cuarenta años durante los cuales nada les faltó porque Dios los sustentó de toda escasez, enfermedad y peligro por picadura de animales venenosos y así los llevó a la tierra prometida. Era una fiesta de ocho días.
Según Juan, Jesús asistió en calidad de incógnito los primeros días debido a la gran oposición que había en su contra. De hecho el relato comienza diciendo que ni siquiera sus hermanos creían en él. También los fariseos ordenaron durante esa celebración que Jesús fuera detenido, algo que no ocurrió. El disenso por su causa era ya muy grande.
Entonces, Juan nos sitúa en el último y más solemne día de la celebración. Jesús alza su voz ante cientos de personas reunidas para ofrecer agua para los sedientos. Una manera poética para decirles que la insatisfacción humana solo puede ser curada por él. Los profundo vacíos del alma solo pueden ser llenados por su presencia.
Por cuarenta años los judíos vivieron en el desierto. Las dificultades propias de vivir en esas condiciones fueron paliadas o aminoradas recibiendo alimento diario a través del maná. Una nube los protegió del inclemente sol y una columna de fuego hizo las veces de calefacción, pero eso no fue suficiente para saciar las necesidades de su corazón.
En la fiesta de los tabernáculos Jesús ofreció el agua de vida para satisfacer cualquier clase de necesidad en la vida de los hombres. Las materiales y las espirituales. Todas. El hombre puede alcanzar las materiales con esfuerzo y constancia, pero las del alma, las profundas y abismales, solo Dios las satisface.