La Biblia dice en Salmos 119:14
“Me alegraré en el camino de tus mandatos, más que en todas las riquezas.”
Nada alegra más a una persona en este mundo que tener dinero. Las riquezas constituyen el bien más anhelado y buscado en esta tierra porque supone bienestar y condiciones de vida inmejorables, pero en muchas ocasiones a determinadas personas los tesoros terminan por destruirlos porque para llegar a ellas emplearon medios inmorales.
El salmista que le canta a la palabra de Dios dice que hay una dicha todavía más elevada que la que viene de tener dinero y es justamente la de conocer y vivir los mandamientos contenidos en la Escritura, que no son gravosos y que siempre auxilian para bien vivir a nuestro paso en este planeta.
La alegría de la Biblia está al alcance de todos. Nadie está excluido porque la palabra de Dios está a la mano de todos. A diferencia de las riquezas que se localizan en determinados puntos, la revelación divina la encontramos en todo lugar y podemos apreciarla en la creación, en el firmamento, en el universo, pero también escrita.
La Escritura no estigmatiza el dinero, de ningún modo, censura la forma de obtenerlo y el fin para el que se obtiene y usa el sentimiento que embarga a las personas para señalar que hay un dicha suprema que supera la experiencia de tener muchas ganancias materiales en la vida.
La palabra de Dios trae una inmensa alegría a quien la lee, la medita y la practica porque contiene verdades que satisfacen plenamente el corazón de quienes a ella se acercan y permiten que sus mandamientos regulen y modelen su vida y a través de sus páginas llenen sus corazones.
Los seres humanos viven en una perpetua insatisfacción. Esa necesidad interna de no ser llenada lleva al hombre a buscarla de las maneras y formas más impensables con tal de sentirse pleno, pero generalmente no lograr llegar al punto en el que su vida tenga sentido y razón suficiente.
Y es allí justamente donde la Biblia aporta lo mejor que puede haber en este mundo porque tiene la virtud, la capacidad, la bendición de llenar para siempre los corazones necesitados en todo tiempo. Su valor es incalculable porque además de satisfacer plenamente las necesidad espirituales del hombre, lo colma de alegría.
Hombres y mujeres necesitamos alegría para enfrentar los sinsabores que llegan a la vida y la palabra de Dios está allí para llenarnos de ella en cualquier momento y circunstancia.