Dice la Biblia en Jeremías 6:10
¿A quién hablaré y amonestaré para que oigan? He aquí que sus oídos son incircuncisos, y no pueden escuchar; he aquí que la palabra de Jehová les es cosa vergonzosa, no la aman.
A lo largo de la historia del pueblo de Israel, muchas fueron las veces en las que los hebreos se retiraron de la presencia de Dios, olvidaron sus mandamientos y adoraron a otros dioses. En este versículo podemos ver cómo una vez más el Señor hablaba a su pueblo por medio del profeta Jeremías y les reprochaba su falta de interés, su abandono.
De este versículo podemos rescatar que son tres las acusaciones más severas: no pueden escuchar, la palabra de Jehová les es cosa vergonzosa y les dice también que no son capaces de amar su ley. Son afirmaciones muy acordes a las circunstancias que atravesaban los judíos y parecen lejanas, ajenas a nuestra cotidianidad, pero ¿lo son realmente?
¿Cuántas veces nos hemos cohibido cuando nuestra fe es cuestionada por otros? ¿Cuántas veces hemos regresado a esas viejas cosas que (sabemos) nos alejan de Dios?
Lo sé, muchas veces, más de las que nos gustaría admitir. Porque pensamos que la fe es cosa de domingos, que podemos guardarla cuando no nos convenga que los demás la conozcan. Con este texto, escrito hace miles de años, Dios te dice hoy: ¿A quién hablaré para que oigan? ¿Qué más debo decir o hacer para que pongas atención? ¿Para que ames mi palabra?
Y es que amar la palabra de Dios no es otra cosa que obedecerla. Obedecerla en cada uno de los aspectos de nuestra vida, en la escuela, con nuestra familia y amigos, en nuestras relaciones. Y no, Dios no pide hijos perfectos, pero sí hijos comprometidos, dispuestos a ponerlo en el primer lugar, a decir: sí creo, sí voy a seguirte, sin vergüenza.