La Biblia dice en Salmos 107:35-36

“El Señor convierte tierras fértiles en salitrosas, por la maldad de sus habitantes; convierte desiertos en lagunas y tierras secas en manantiales.”

Dios es inmensamente bueno, pero también inmensamente justo. Su amor llega a tal nivel que cuando sus hijos están necesitados es capaz de convertir el desierto en una laguna y los páramos en fuentes de agua, pero también su justicia es tan exacta que las tierras fértiles pueden llenarse de salitre y volverse inservibles.

El poder de Dios lo podemos ver actuando en esos dos sentidos: premiando a los justos, velando por ellos para que tengan sustento aun en medio de grandes calamidades o en las más precarias condiciones, que para el Señor esa circunstancia no representa ningún problema porque tiene la capacidad para transformarla a favor de sus hijos.

Pero también Dios despliega su justicia para castigar la rebeldía y la maldad de quienes conociéndolo y sabiendo que tiene demandas para la vida de cada uno de ellos, se obstinan y se dedican a vivir de espaldas al Señor. A esta clase de personas les espera la ruina en medio de las mejores condiciones materiales.

Se puede vivir en un país inmensamente rico, pero por la rebeldía y obstinación parecerá que se habita en una nación empobrecida o sin recursos, pero de igual modo se puede vivir en un paupérrimo pueblo, pero se pueden tener cubiertas las necesidades básicas de tal manera que no habrá necesidad.

La diferencia de ambas situaciones radica en nuestra vida delante de Dios. Podemos tener satisfechas nuestras necesidades o vivir necesitados hasta de lo básico y ello dependen del lugar que Dios ocupa en nuestras vidas. Amarlo con todas nuestras fuerzas, alma, mente y corazón nos proveerá lo suficiente. Pero olvidarlo nos arruinará.

El salmista hace una revisión de lo que ha visto a lo largo de su vida y ha descubierto a través de la historia del pueblo de Israel como Dios se comportó con ellos, cuando caminaron a su lado y lo qué sucedió cuando pensaron que era mejor caminar solos olvidando por completo a su Creador.

Servir al Señor siempre nos traerá bendiciones. La obediencia siempre es benéfica para nosotros mismos, pero la rebeldía trae a nuestra vida situaciones sumamente dolorosas que nos hacen vivir momentos de gran desolación y nos pueden llevar a la amargura y resentimiento contra Dios, aunque los únicos culpables seamos nosotros mismos.

El verso que hoy meditamos nos recuerda lo valioso que representa tener como aliado a Dios y lo peligroso que resulta tenerlo como adversario.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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