La Biblia dice en Miqueas 5:2
“Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel.”
Belén fue una pequeña villa localizada a unos cuantos kilómetros de Jerusalén. Desde siempre fue una comunidad donde sus habitantes se dedicaron al pastoreo. Fue un lugar que se caracterizó por producir ovejas para suministrarlas al templo de Jerusalén para los sacrificios, pero también para el consumo de su carne y la elaboración de telas con su lana.
No es casual que los hombres que fueron llamados para atestiguar el nacimiento del Hijo de Dios fueron los pastores que guardaban las vigilias de la noche, es decir que cuidaban sus rebaños afuera de la ciudad al ser extremadamente numerosos y se hacía imposible tenerlos en la ciudad.
La palabra Belén procede del hebreo Bethlejem que se traduce sencillamente como “casa del pan” debido a que el término “Beth” significa casa y “lejem” pan. En sus inmediaciones murió Raquel la amada esposa de Jacob y madre de José y Benjamín. Murió justamente cuando daba a luz al último de los doce hijos de Israel.
Y esa fue la ciudad que Dios escogió para que naciera el Salvador del mundo. Una decisión extraña que los sabios de oriente no entendieron porque se suponía que debía de nacer en Jerusalén donde estaba asentada la monarquís y la familia real. Fue por eso que llegaron allí preguntando por el recién nacido Hijo de Dios y se extrañaron que fueron enviados a Belén.
Belén fue siempre una villa pequeña en parte porque muchos optaban por vivir en Jerusalén antes que allí y también porque a muchas personas les resultaba complicado vivir rodeadas de animales en medio de una comunidad dedicada al pastoreo. Por eso no la ciudad no crecía.
Pero esa modesta villa fue elegida para que naciera Jesús. Nada pretenciosa, incluso sin atractivo, pero desde ese evento se convirtió en el centro de atención en una clara expresión que Dios siempre exalta a los humildes. Que la presencia de Dios cambia para siempre el lugar o la persona donde él se manifiesta.
Desde entonces la encarnación de Cristo encuentra siempre un lugar en todos los corazones sencillos, en las vidas humildes y en todos aquellos que viven sin pretensiones. La lección es sencilla y consoladora: la diferencia la hace siempre la presencia del Señor, todo lo demás siempre será secundario.
Lo valioso de esta navidad será el centro de la celebración: que es Jesús, que hace que un lugar sin grandes atractivos se vuelva relevante. Y hace exactamente lo mismo con nuestras vidas: les da luz en medio de tanta y tanta oscuridad.