La Biblia dice en 2º de Reyes 2:16

“Le dijeron: Mira, entre nosotros, tus servidores, hay cincuenta valientes. Deja que vayan en busca de tu maestro, no sea que el espíritu de Dios lo haya alzado y arrojado sobre alguna montaña o en algún valle. Pero él dijo: No, no manden ustedes a nadie.”

Los profetas de Jericó supieron que Dios se llevaría a Elías. Ellos pensaron que la muerte del profeta sería idéntica a la de todos. Pero el Señor se llevó a Elías en un carro de fuego y ellos pensaron que el cuerpo del vidente de Dios habría quedado en alguna montaña alta o en algún valle y propusieron entonces a Eliseo buscarlo.

Eliseo había entendido perfecamente que su maestro había sido llevado directamente al cielo y que no habría necesidad de rastrear su cuerpo en el área donde ocurrió el milagro portentoso que mostró el poder de Dios y la recompensa que recibió el profeta de fuego como se conoce a Elías.

Pero los profetas insistieron en dar con el cuerpo de su maestro y solo perdieron su tiempo, como suele sucederle a todos los que buscan lo que nunca se encontrará y no fue ni será nunca un problema de esos cincuenta hombres de la época de Elías y Eliseo, sino un problema de muchas generaciones que se enfrascan en localizar lo que no se puede encontrar.

En la vida nos suele ocurrir frecuentemente que perdemos fuerza, energía y sobre todo el valioso recurso del tiempo tratando de hallar o ubicar lo que es ilocalizable porque sencillamente nunca se descubrirá donde quedó. De pronto perdemos miserablemente nuestro tiempo en una empresa pérdida.

Los profetas no quisieron escuchar a Eliseo que les dijo que no trataran de encontrar el cuerpo de Elías porque había desaparecido para siempre. Ellos desatendieron las palabras del profeta y se lanzaron a una empresa que nació condenada al fracasó porque no pudieron hallarlo.

Suele sucedernos: buscamos algo que ya se nos ha dicho que no encontraremos. Un acto de bondad en un avaro, una luz de sabiduría en un necio o un acto de compasión en el malvado. El problema de tratar de encontrar algo que no existe es que terminaremos grandemente frustrados.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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