La Biblia dice en Isaías 55:6
“Busquen al Señor mientras puedan encontrarlo, llámenlo mientras está cerca.”
El profeta Isaías profetizó a Israel en el siglo VIII antes de Cristo de manera particular al reino de Judá cuya capital era Jerusalén. Le tocó conocer el juicio que Dios había enviado al reino del norte que fue exiliado a Asiria donde desapareció y desde entonces nada se sabe de su ubicación.
Bajo esa perspectiva podemos entender la razón por la que escribió el verso que hoy meditamos. Buscar y llamar al Señor tiene un plazo perentorio para todos. Es decir, no siempre habrá oportunidad y no es que Dios se esconda y no escuche, sino más bien la circunstancias que se enfrentarán serán tan apremiantes que tal vez ni para eso hay tiempo.
Dios nos busca y procura llamar nuestra atención de las más diversas formas, pero en muchas ocasiones no logramos entender o atender su voz, ya sea porque estamos, según nosotros, muy ocupados, o porque creemos que no lo necesitamos o porque abiertamente no queremos que se inmiscuya en nuestra vida.
El clamor de Isaías tiene base. Dios había enviado un juicio sobre las diez tribus del norte y estaba próximo a enviar su juicio también sobre las dos tribus del sur asentadas en la región de Judea, y cuando eso sucediera el tiempo de buscar al Señor y llamarlo habría terminado porque el castigo habría llegado y nadie se libraría.
Dios está en todo momento con los brazos abiertos y con sus oídos inclinados para escucharnos. No debe ser necesaria una crisis o una adversidad para atender su llamado. Buscarlo y atenderlo debe ser prioritario. Nada debe ser más importante en nuestra vida que atender sus indicaciones.
Isaías hizo esta recomendación y mandato porque supo que sobre Jerusalén se gestaba una situación insoportable e insostenible que haría casi imposible clamar a Dios en condiciones favorables. El llamado es, entonces, a buscar a Dios en todo tiempo, porque el hombre nunca sabe cuando la adversidad se plantará ante él con tal fuerza que casi lo derribará.