La Biblia dice en Salmos 71:23

“Mis labios se alegrarán cuando cante a ti, y mi alma, la cual redimiste.”

Cantar a Dios tiene efectos verdaderamente sorprendentes. La música acompañada de nuestra voz provocan alegría por lo que entonar alabanzas a Dios constituye un gran antídoto contra la tristeza, la depresión, la angustia y la soledad, entre otros grandes males que suelen acompañar la existencia humana.

Dios no se equivoco cuando dejó en la Biblia un libro de ciento cincuenta capítulos justamente para cantar. El libro de los Salmos es esencialmente un himnario de canciones convertidas en plegarias, por eso la palabra Salmos que usa las versiones del idioma español, procede del vocablo hebreo tehillim, que significa simplemente cantos.

Los salmos están puestos para cantar no solamente cuando estamos alegres, mucha gente piensa que solo se puede afinar las cuerdas vocales cuando se está alegre, en realidad los salmos nos acompañan en todas esas situaciones en las que resulta muy complicado alzar la voz con canciones.

El salmista autor del salmo setenta y uno tiene la firme convicción de que sus labios se alegrarán cuando dirija a su Dios y Creador alabanzas y adoración. En otras palabras sonreirá sin importar lo que este ocurriendo a su alrededor. Cantar a Dios nos provee de una sonrisa aún ante las dificultades que padecemos.

Pero la música tiene una profundidad insospechada porque ingresa a lo más profundo de los seres humanos como lo es el alma y allí opera, en el caso de la música dirigida a Dios una transformación en el estado de ánimo de las personas que pasan del temor a la seguridad, del miedo a la valentía y por supuesto de la tristeza a la alegría.

Cantarle a Dios nos trae grandes beneficios, nos fortalece y nos vigoriza de tal manera que no debería pasar un solo día sin que nosotros le cantemos a Dios en cualquier lugar, siempre con devoción y entrega, como Pablo que en medio de la cárcel a media noche elevó su voz con Silas y los muros de la prisión cayeron.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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