La Biblia dice en Deuteronomio 34:10

“Sin embargo, nunca más hubo en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor hablara cara.”

Desde aquel día en el que vio la zarza que ardía y no se quemaba hasta el final de sus días, Moisés tuvo una relación cercana, estrecha e íntima con el Creador de tal forma que los judíos lo reconocen como el único profeta con el Dios ha tenido un trato cara a cara, es decir muy cercano.

De hecho el tercer libro de la Biblia que conocemos como Levítico en hebreo lleva el nombre de Vayikra que es la primer palabra del libro y se traduce como “llamó”. Esa palabra es una expresión que denota el trato afable que Dios le dispensaba a Moisés cuando le hablaba para hacerle conocer sus indicaciones.

La razón de esta relación estriba esencialmente en el carácter de Moisés tenía y que se resalta en la Escritura: era un hombre manso. Su mansedumbre fue lo que le hizo granjearse el favor divino. Formado en la corte de Faraón como hijo nieto adoptivo del hombre más importante del imperio más importante optó por abrazar la causa de su pueblo.

Su renuncia a los placeres y la vida suntuosa en los palacios del reino de Egipto es planteada por el autor de la carta a los Hebreos de la siguiente manera: Fue por la fe que Moisés, cuando ya fue adulto rehusó llamarse hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los placeres momentáneos del pecado.

Moisés creció toda su vida pensando que era un egipcio, pero cuando supo la verdad de su historia se vio en una lucha entre ignorar lo que era y seguir con su vida como egipcio o asumirse como hebreo en un tiempo de gran aflicción para su nación y entonces optó por esta segunda.

Esas condiciones le valieron conocer a Dios de manera directa, personalísima y Dios le dispensó un trato completamente distinto al de otros hombres con los que también habló, pero no de forma directa como lo hizo con su siervo porque con ellos habló por visiones y sueños y en algunas ocasiones con voz audible, pero con Moisés fue siempre directo.

Aunque ahora Cristo media por nosotros ante el Padre, nosotros requerimos también la mansedumbre para comunicarnos con el Creador y una constante renuncia a nuestros proyectos personales para darle lugar a la voluntad del Señor en nuestras vidas, dejando a un lado las cosas que nos alejan de su persona.

La comunión del Señor está reservada a quienes anteponen al Señor sus planes de vida y lo dejan que él decida lo que es mejor para su existencia.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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