Por Porfirio Flores

La pandemia del Covid-19 será recordada en la iglesia evangélica como el instrumento que por fin los hizo iguales a la iglesia católica, porque por primera vez se les dio un trato igualitario: ambas confesiones nacidas del cristianismo tuvieron que suspender sus servicios.

La iglesia evangélica, que en Oaxaca de acuerdo al último censo del INEGI tiene una membresía cercana a los 500 mil feligreses, (que representan poco más del diez por ciento de la población) enfrenta la pandemia del Coronavirus bajo el principio de sujeción a sus autoridades, al igual que la iglesia católica, fe que tiene mayor presencia no solo en Oaxaca, sino en todo México.

Esto, basado en el principio que el apóstol Pablo dijo en su carta a los Romanos. Él escribió: “Sólo Dios puede darle autoridad a una persona, y es él quien les ha dado poder a los gobernantes que tenemos. Por lo tanto, debemos obedecer a las autoridades del gobierno.”

Si bien no fue un acatamiento general porque al interior del movimiento protestante y católico subyacen grupos que jamás aceptarán cerrar sus locales o cancelar sus reuniones, ya que tienen una concepción teológica que resalta el poder de Dios por encima de cualquier peste destructora o mortandad general, la inmensa mayoría cerró sus locales.

El argumento de quienes piensan que Dios es más grande que una epidemia está basado en lo que escribió Lucas en el libro de los Hechos: “Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres”. Esta situación no fue privativa de Oaxaca, ocurrió también en países como Brasil, Estados Unidos y Nicaragua, por mencionar los más sonados.

En los 570 municipios de Oaxaca, la iglesia evangélica concentra grupos históricos como Bautistas, Metodistas, Presbiterianos y Nazarenos, así como congregaciones de corte pentecostal y neopentecostal, llamados así por sus afirmaciones enfáticas sobre la obra del Espíritu Santo en la vida de los creyentes con dones y capacidades sobrenaturales.

La iglesia católica, por su parte ha estado presente desde el Virreinato en cada rincón de la entidad y generalmente ha tenido un trato preferencial de las autoridades en muchos ámbitos. Basta con mencionar los “Sentimientos de la Nación” de José María Morelos y Pavón, donde se decretó que la única religión oficial en México sería la católica.

Y es que el protestantismo oaxaqueño se ha tenido que abrir paso en medio de una lucha soterrada contra la intolerancia religiosa. Oaxaca, junto con Chiapas, Guerrero e Hidalgo ocupan los deshonrosos primeros lugares en persecución con motivos religiosos.

Así ha sido desde hace casi ciento cincuenta años cuando llegaron a Oaxaca los primeros misioneros evangélicos a proclamar la fe protestante, luego de que la Constitución de 1857 permitió la libertad de cultos desterrando la exclusividad de la iglesia católica en México.

Por ello, la historia del protestantismo oaxaqueño no puede entenderse sin tener como referente la apertura religiosa impulsada por Benito Juárez García, ya que a partir de esa fecha comenzó la llegada de cristianos evangélicos a la entidad. En esos años se formó la primera sociedad evangélica de Oaxaca y con ello llegaron las primeras biblias.

La reforma protestante de Martín Lutero que había convulsionado espiritualmente a toda Europa llegaba a México casi tres siglos después. La Biblia en un lenguaje común y sencillo se ponía al alcance de los mexicanos y oaxaqueños.

Los primeros misioneros que llegaron a Oaxaca en 1872 fueron metodistas. La iglesia Metodista fue una corriente del cristianismo que nació en Inglaterra con el pastor y predicador John Wesley y se le llamó de esa manera debido a su sistemático trabajo en la labor de predicar el evangelio de Cristo.

Por cuarenta años la iglesia Metodista plantó iglesias en los Valles Centrales particularmente en Oaxaca, Zaachila, Telixtlahuaca, Santa Inés de Zaragoza y llegó hasta Tuxtepec, pero en 1919 salieron de Oaxaca dejando su labor misionera a la iglesia Presbiteriana que llegó a la entidad como resultado del plan misionero que organizaron los evangélicos de Estados Unidos.

Fue en 1914 cuando el plan misionero americano denominado “Cincinnati” dividió en ocho regiones a todo México para su evangelización con igual número de confesiones cristianas.

A México vinieron creyentes y pastores de la denominación presbiteriana en sus tres vertientes: la del sur, la del norte de los Estados Unidos, y la reformada, también permaneció la iglesia Metodista en sus dos facetas episcopal del sur y del norte y las iglesias Congregacional y la de los Amigos o Quakeros.

En el caso de Oaxaca, como mencionamos anteriormente, fueron misioneros de la iglesia Presbiteriana del Sur de los Estados Unidos los encargados de la evangelización y distribución de la Biblia y con el paso de los años se sumaron a ellos, los Bautistas, Luteranos y Pentecosteses.

Para 1960 en ciudades importantes como la capital del estado, Tuxtepec, Tlaxiaco, Ciudad Ixtepec, Santo Domingo Tehuantepec, Jamiltepec y Miahutlán ya habían iglesias cristianas evangélicas plenamente establecidas que se abrían paso en medio de un catolicismo oaxaqueño que veía con recelo a estos grupos a los que llamó “sectas”.

A partir de esa fecha la iglesia evangélica de Oaxaca comenzó su crecimiento exponencial. Hoy en día, de acuerdo a información de la Dirección de Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación, en Oaxaca existen 249 asociaciones religiosas que representan miles de congregaciones en toda la entidad.

Esas 249 asociaciones religiosas tienen registrados ante Gobernación a pastores, obreros, misioneros, ancianos y diáconos que han resistido los embates de la intolerancia religiosa y ahora resisten el cierre de sus locales por mandato de la autoridad debido al Covid-19.

Fiel a sus orígenes, la iglesia evangélica de Oaxaca se ha adaptado no sin resistencias y dificultades a la nueva realidad que ha impuesto una pandemia que comenzó en China a finales del años 2019 y que llegó a México a principios del mes de febrero del año 2020.

Entre el 11 de marzo, cuando la OMS calificó como pandemia el brote de coronavirus COVID-19; y el 23 de marzo de 2020, que se publicó en el Diario Oficial de la Federación el acuerdo mediante el cual el Consejo de Salubridad General de México establecía las actividades de preparación y respuesta ante dicha epidemia, la iglesia evangélica y católica de Oaxaca comenzó el cierre paulatino de sus centros de reunión.

Al momento de escribir este texto, algunos templos llevan tres meses cerrados.

La decisión no fue fácil para las diferentes denominaciones que existen en Oaxaca porque jamás en su historia, habían atravesado una situación similar.

Lo mismo ocurrió para la iglesia católica, quienes en más de 500 años de presencia en México, no habían enfrentado un momento como este.

Las reuniones se trasladaron, entonces, de los templos católicos y recintos cristianos a la redes sociales. Cientos de pastores y sacerdotes utilizaron las plataformas de Facebook y YouTube para presentar no solo sus mensajes, sino también sus servicios de adoración con música en vivo.

También muchas congregaciones retomaron las reuniones familiares para atender las necesidades espirituales de sus miembros.

Por primera vez la Pascua, una de las celebraciones más importantes para el cristianismo se tuvo que suspender. En Oaxaca no hubo viacrucis, ni sábado de gloria, ni domingo de resurrección.

Ante ello, la fe cristiana inundó el ciberespacio con mensajes basados en las Escrituras. Párrocos y pastores se encontraron en el mismo lugar.

Los alcances de miles de horas de transmisión de la iglesia cristiana evangélica y de la iglesia católica, serán contabilizados y evaluados cuando volvamos a la nueva normalidad. Mientras tanto el Covid-19 logró lo que por muchos años siempre esperaron los evangélicos de Oaxaca: un trato de igual a igual con la iglesia católica.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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