La Biblia dice en Filipenses 3:20

“En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, y estamos esperando que del cielo venga el Salvador, el Señor Jesucristo.”

La ciudad de Filipos era un lugar donde vivían muchos ciudadanos romanos. Contaban con jueces y todas las instituciones con las que un romano podía disponer en Roma. Su condición legal hacía que ese lugar se considerara una ciudad con un estatus similar a la de la capital del imperio lo que los hacía a los filipenses hasta cierto punto orgullosos de su nacionalidad.

Vivía allí gente con capacidad económica elevada. Por esa razón Lidia la vendedora de purpura vendía sus costosos artículos en ese lugar. El pecunio de los filipenses hacía que vestidos de ese tipo de comercializaran con facilidad, algo que no ocurría tan fácilmente en otros lugares.

Por esa misma razón la iglesia tuvo los recursos financieros suficientes para enviar una ofrenda a Pablo mientras estaba preso en Roma, e incluso le enviaron a Epafrodito para que le ayudara mientras estaba detenido por las autoridades romanas que lo apresaron más como un preso de conciencia que como un delincuente.

Su poder económico de los filipenses era vigoroso. Era una iglesia pudiente. La razón porque casi todos allí eran ciudadanos, una condición que se buscaba con mucho esfuerzo porque significaba o conllevaba muchos beneficios y derechos, sin embargo el apóstol les recuerda que había algo superior a esa condición.

Y por eso les escribe y les dice que todos en este mundo somos ciudadanos del cielo, es decir, nuestra confesión de fe en Jesucristo ha hecho posible que tengamos una “identificación” que nos acredita como hombres y mujeres con derecho de ingresar al cielo, no por nuestros méritos, sino por los de Cristo.

De hecho, del cielo esperamos que venga Cristo para llevarnos a nuestra verdadera patria. A los filipenses les iba muy bien en su ciudad. Su ciudadanía romana les dio garantías que muchos otros no tenían, pero con todo y eso Pablo les recuerda que en realidad lo más importante se encuentra en lo celestial.

Lo terrenal puede ser muy valioso, pero al final de cuentas lo que va permanecer para siempre será lo celestial y que gracias a Cristo ya lo tenemos.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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