La Biblia dice en Jueces 2:10

“Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel.”

La generación que ingresó a la tierra prometida murió. Los que habían visto detenerse el río Jordan para que el pueblo de Israel pasara perecieron. Los que dieron vueltas sobre Jericó y a un solo grito las compactas e infranqueables murallas de la ciudad cayeron concluyeron su paso por esta tierra.

Y de pronto en Israel se levantó una generación con dos grandes problemas: 1. No conocían a Jehová y 2. No conocían la obra que Dios había hecho por su pueblo. Había entre ellos una galopante ignorancia que a la postre los llevó a padecer toda clase de males porque a falta de conocimiento se mezclaron con los pueblos paganos que habitaban entre ellos.

Del texto que hoy reflexionamos se desprende una profunda verdad. Necesitamos conocer a Dios en dos grandes vertientes: lo que él es y lo que él hace. El desconocimiento de estas dos características nos lleva a vivir no solo distanciados de su persona, sino a vivir sin en franca rebeldía contra el Creador.

Al Señor se le puede conocer de manera intelectual. Es decir de manera racional. Pero lo que el verso resalta al decir que no conocían al Señor es que carecían de esa comprensión o entendimiento del Señor que viene de experimentar de manera personal una relación en la que la comunión con el Creador nos posibilite saber más de su persona.

Se trata de una palabra que comunica la idea de conocer a una persona tras mucho tiempo de tratarla. Es parecido a lo que ocurre cuando entablamos una amistad con alguien y tras mucho tiempo vamos conociendo más y más de esa persona de tal manera que llega un punto en que podemos saber sus ideas y gustos.

Pero los judíos de Jueces no conocieron a Dios así. Y también no pudieron apreciar cabalmente lo que había hecho. Desconocer lo que otros han hecho por nosotros o lo que Dios ha hecho por nuestras vidas, invariablemente nos lleva a la ingratitud y a olvidarnos de quien hizo por nosotros.

Esta combinación resultó letal para los hebreos porque los hundió en la idolatría, los condujo a la rebelión y los pervirtió a tal grado que se llenaron de maldad perdiendo toda sensibilidad espiritual y moral.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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