La Biblia dice en 1ª Timoteo 1:12

“Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, el cual me ha dado fuerzas, porque me ha considerado fiel y me ha puesto a su servicio.”

El apóstol Pablo, considerado el artífice de la doctrina cristiana y para algunos, quien puso los cimientos de lo que hoy son las enseñanzas de la iglesia, jamás se consideró a sí mismo como un virtuoso, alguien con alguna prenda distinta a la de los otros apóstoles, al contrario siempre insistió en que era indigno de ser llamado apóstol por haber perseguido a la iglesia.

Al escribirle a su amado discípulo llamado Timoteo se siente sumamente agradecido con el Señor debido a que gracias a la fuerza que proviene del cielo, lo consideró fiel y en consecuencia lo puso a su servicio. Ni por asomo Pablo pensó que su labor era resultado de alguna capacidad personal. No. Todo lo que Pablo hizo lo hizo porque Dios le dio fuerzas.

Las persecuciones de las que fue objeto las aguantó porque Dios le dio fuerzas. Las veces en que fue hecho prisionero por la fe, se sostuvo porque el Creador lo llenó de vigor. Los múltiples viajes que hizo para llevar las buenas nuevas de salvación los soportó porque el Señor lo llenó de vitalidad para ir por aquí y por allá para plantar iglesias.

La palabra griega de donde surge la expresión “me ha dado fuerzas” es “endunamoó” que se puede traducir como “me ha dado habilidad”, “me ha dado capacidad” o también “me ha empoderado”. Eso quiere decir que Pablo hizo todo lo que hizo porque fue revestido de una clase de fuerza que le ayudó a enfrentar toda clase de presiones, adversidades y males.

Pablo nunca tuvo autocomplacencia consigo mismo, nunca creyó que su labor en el ministerio obedecía a que era muy capaz o que tenía algo distinto a los demás. El supo perfectamente que su vigor procedía del Creador y que todo dependía de cuán cerca se encontraba de él. Si estaba cerca de Cristo tendría muchas fuerzas, si no, sería débil.

Leer estas palabras de Pablo nos resulta muy útil y muy alentador porque todo lo que hacemos por Dios no nace de nosotros mismos, nace de su fuerza, nace de que nos ha empoderado, nos ha dado habilidades y capacidades sin las cuales hacer la obra de Dios no solo sería difícil, sino incluso frustrante porque dependería exclusivamente de nosotros.

No es nuestra fuerza, no es nuestro poder, tampoco son nuestras habilidades o talentos, sino que es Él dando nos fuerzas, recordándonos una y otra vez que ha sido su gracia la que nos ha puesto en este camino y que por ello nos dará la victoria en medio de todos esos conflictos y adversidades que se originan por servirle.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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