La Biblia dice en Proverbios 3:11
No rechaces, hijo mío, la corrección del Señor, ni te disgustes por sus reprensiones.
Dios corrige, disciplina, llama la atención, reprende y castiga a sus hijos. Esa es una verdad incontrovertible. Acostumbrados a ver a Dios como un ser de paciencia y amor infinitos, para muchos les resulta difícil comprender y asimilar que el Señor usa la vara de corrección para sus vástagos.
La actitud natural del hombre ante la disciplina del Señor se divide en dos, según este verso que hoy meditamos: la rechaza y se disgusta. Pero Dios actúa de esa forma porque básicamente nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Le interesamos sobremanera y quiere que nos vaya bien.
Los hijos de Dios nos equivocamos cuando por nosotros mismos decidimos. La obstinación y la rebeldía producen la corrección del Señor y por eso Salomón, autor de los Proverbios, nos pide que no la rechacemos, que no nos hagamos los desentendidos, sino al contrario la aceptemos humildemente porque se hace para nuestro beneficio.
Dios corrigió a David cuando pecó con Betsabe. Jesús corrigió a Pedro cuando ufano dijo que él nunca lo dejaría, incluso que daría su vida por su Maestro. El Señor corrigió a Elías cuando pensó que estaba solo en su lucha contra los profetas de Baal. Casi todos los personajes de la Biblia fueron corregidos.
Hubo hombres que se disgustaron cuando Dios los reprendió como Balaam, quien se enojó porque su burra no le obedecía, cuando en realidad su bestia no hacía lo que él quería porque veía al ángel del Señor. Ni qué decir de Jonás que se enojó profundamente cuando Dios perdonó a los ninivitas.
Pero esa es la manera en que Dios opera en nuestras vidas. Nos corrige y reprende y en lugar de rechazarlo o enojarnos debemos agradecer a Dios que se ocupe de nuestras vidas porque cuando opera esas acciones en nuestra existencia es para nuestro propio beneficio y porque generalmente estamos extraviados.
Pablo lo entendió perfectamente cuando un aguijón en su cuerpo lo azotaba. Dios lo hacía para que no se llenará de soberbia ante el nivel de revelación divina que recibía. Dios estaba domando de esa manera su soberbia y altivez. La corrección y la reprensión atienden esos defectos que pasan por alto en ocasiones a nuestros propios ojos en nuestra vida.