La Biblia dice en Mateo 21:13
“Y les dijo: En las Escrituras se dice: ‘Mi casa será declarada casa de oración’, pero ustedes han hecho de ella una cueva de ladrones.”
Mateo cita al profeta Jeremías que varios siglos antes escribió: “¿Acaso piensa que este templo que me está dedicado es una cueva de ladrones? Yo he visto todo eso. Yo, el Señor, lo afirmó”, para explicar a sus lectores la razón por la que Jesús ingresó al templo del Señor y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo de Jerusalén.
Para quienes presenciaron ese hecho y aún para nosotros que lo leemos en el evangelio de Mateo resulta incomprensible que la figura de Jesús haya cometido una acción como la que relata el evangelista, pero debemos apreciar la lamentable condición en la que habían convertido el lugar más sagrado del pueblo de Dios.
Los sacrificios, los ritos de la purificación y otras actividades relacionadas con la casa de Dios habían devenido en comercio. A Jerusalén se llegaba a adorar, pero también a hacer negocios y los encargados de comercializar la fe de los hebreos eran justamente los sacerdotes quienes eran por mandato divino lo encargados de acercar a Dios al pueblo.
Cristo los fustigó porque la adoración a Dios se había convertido en algo secundario y ellos tenía como prioridad enriquecerse con la necesidad espiritual de los israelitas y habían convertido el templo de Jerusalén en un gran centro de actividad comercial cuando ese nunca fue el propósito por el que Dios mandó edificar el templo.
Jesús citó a Jeremías para recordarles que en otro tiempo los hebreos se habían equivocado en la función que tenía la casa del Señor. La finalidad de tener un lugar de adoración era exclusivamente para invocar a Dios, pero ellos mañosamente habían pervertido esa finalidad y la habían convertido en una cueva de ladrones.
La mercantilización de la fe fue una equivocación que Cristo no solo lamentó sino que denunció con un acto que exacerbó su ánimo, pero que resulta perfectamente entendible porque se estaba trastocando, tergiversando y destruyendo el cimiento de la fe en Dios que parte de invocarlo.
La esencia de la iglesia es invocar a Dios. Nada ni nadie puede cambiar ese diseño. Quien lo haga sufrirá una airada reacción de Jesús que cuidó y cuida siempre la pureza del mensaje divino: de gracia recibieron, den de gracia. La fe es incompatible con ganancias deshonestas en nombre de Dios.
Jesús no exageró cuando alzó la voz para denunciar lo que sucedía en el templo de Jerusalén. Es un riesgo muy alto y peligroso: convertir la casa del Señor en un lugar donde la fe se mercantiliza.