La Biblia dice en Salmos 119:114
“Tú eres quien me ampara y me protege; en tu palabra he puesto mi esperanza.”
En relación directa con casi todos los imperios importantes de la historia de la humanidad, los hebreos son el ejemplo más claro y contundente de cómo Dios se las ha arreglado para ampararlos y protegerlos de tiranos dictadores que no solo los han perseguido, sino que definitivamente los han querido aniquilar.
Y la historia del pueblo de Israel es la historia personal de millones de creyentes que han depositado su fe y confianza en Dios. Es indiscutible que la fe no es un asunto de todos, como escribió el apóstol Pablo y esa es la razón por la que quienes la poseen sufren toda clase de presiones y persecuciones.
El salmista lo sabe perfectamente por eso convencido dice que Dios es quien lo ampara y lo protege. Las dos palabras parecen idénticas, pero al ir juntas nos dan la idea de un artículo delicado que es transportado y para evitar que se dañe se le pone doble protección tanto al interior de la caja donde se transporta como por afuera.
Y el Señor hace esto porque de no ser por su cuidado extremo nuestra vida sería presa fácil de los enemigos del Señor, que se darían un festín con nuestras vidas y por eso nuestra existencia requiere y necesita siempre de la mano del Señor sobre nosotros velando con mucha precaución.
En ocasiones nuestras vidas parecen haber sido abandonadas por el Señor, sobre todo cuando los malvados nos rodean y buscan dañarnos. Es una realidad que los pecadores muchas veces quieren dañarnos y equivocadamente pensamos que se saldrán con la suya e incluso hasta desmayamos.
Justamente ante ese posible escenario el salmista nos recuerda que nuestra esperanza está en la palabra de Dios. Ella nos alienta, fortalece y hace confiar porque Dios ha amparado y protegido a su pueblo y lo mismo ha hecho con personajes que confiaron en él como Daniel en el foso de los leones, como David ante Goliat, como José en Egipto y tantos otros.
Dios se ha encargado siempre de sus hijos que han esperado en su palabra porque Dios ni miente ni se echa para atrás cuando ha prometido algo.