La Biblia dice en Éxodo 13:22

“La columna de nube siempre iba delante de ellos durante el día, y la columna de fuego durante la noche.”

Dios hizo patente su presencia al pueblo de Israel durante su peregrinar de Egipto a la tierra prometida de manera formidable, poderosa y sin igual: día y noche estuvo con ellos, no los dejó en ningún momento y lo podían constatar de manera palpable todos ellos, desde el menor hasta el mayor.

Dios no se desentendió de ellos, es cierto los llevó por el desierto, pero en ese lugar les mostró que iba al lado de ellos y que nada debían temer puesto que su compañía estaba garantizada mientras la nube estuviera con ellos en el día y la columna de fuego en la noche alumbrara su camino.

Fue en ese lapso de la historia de Israel cuando el Creador mostró de manera categórica su inmenso poder para con sus hijos que recién habían dejado más de cuatrocientos años de esclavitud en una tierra que les había amargado la existencia, pero que ahora habían dejado a través de grandes y portentosos milagros de parte de Dios.

El Señor quería que sus amados hijos tuvieran perfectamente claro que su mano de poder iba con ellos, que nada debía afligirlos, que a pesar de lo difícil del recorrido él estaría con ellos y se encargaría de proveerles lo que necesitaran. Dios estaba tomando las riendas del momento y el control de la situación.

Nos queda claro que cuando Dios toma en sus manos un proyecto por más complejo que parezca, él se encarga de sustentarlo, de ministrarlo y aun cuando la realidad parece destruir nuestra fe, su presencia garantiza salir avantes de los desiertos que a veces nos sacuden violentamente.

Los hijos de Dios ahora no tenemos esa nube o esa columna de fuego física, pero tenemos a Cristo quien nos prometió acompañarnos todos los días hasta el fin del mundo y al igual que en el desierto con el pueblo hebreo, Dios se ha encargado, se encarga y se encargará de ayudarnos a salir de nuestras adversidades.

Día y noche está con nosotros y no nos desampara, sino al contrario nos cuida y nos protege de los grandes males que nos acechan constatemente para hacer patente su resguardo permanente.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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