La Biblia dice en Lucas 19: 5
“Cuando Jesús pasaba por allí, miró hacia arriba y le dijo: Zaqueo, baja aprisa, y con gusto recibió a Jesús.”
La historia de Zaqueo es la de un hombre despreciado por su condición de jefe de publicanos. Un publicano era odiado, pero el jefe de ellos era aborrecido exponencialmente porque se le consideraba un delator, ambicioso, antipatriota y pro-romano, lo que en tiempos de Jesús era una abominación.
Muy probablemente éste personaje había oído ya de Jesús porque a muchos publicanos Jesús los había tratado de manera muy compasiva. Su corta estatura lo llevó a subirse a un árbol para poder ver a Jesús y conocerlo en persona, lo que debió haber causado mucha hilaridad y bromas al ver a un hombre rico tratando de mirar a Jesús.
Evidentemente lo único que él busca era ver a Cristo, pero Jesús tenía otros planes para la vida de este hombre a quien le pidió que le diera hospedaje, a lo que Zaqueo correspondió con una cortés alegría y de inmediato lo alojó en su hogar y tuvo así la oportunidad de conocer a un ser que le hizo ver la vida distinta.
Lo primero que fascinó a Zaqueo fue descubrir que Jesús no tuvo para con él ninguna clase de discriminación. Que a diferencia de los religiosos de su tiempo, Jesús no le hizo notar que era un mal patriota, que tampoco era un ser abominable, pero sobre todo lo que lo cautivó fue la calidez con que lo trató.
Los días de oscuridad y ostracismo habían terminado al fin. Zaqueo había encontrado la luz que su vida necesitaba. Aunque era un hombre inmensamente rico le faltaba algo y ese vacío el único que lo podía llenar era Jesús. No bastaba tener su casa atiborrada de denarios, talentos, estateros y toda clase de monedas, incluyendo oro y plata, si no lo llenaban.
A la casa de Zaqueo había llegado por fin la salvación porque era un hombre perdido, extraviado y sin propósito, pero cuando dejó que Cristo entrará a su hogar las cosas cambiaron radicalmente porque conoció la Verdad y la Vida. Ante sus ojos se presentó el Hijo de Dios que lo colmó de compasión y amor.
Nunca nadie con tanta espiritualidad le había tratado así, le había hablado así, lo había hecho sentir así. No lo condenó, no le dijo que era un voraz publicano. No. Solo lo dejó entrar a su casa y allí supo que estaba frente a un ser que no era un simple maestro, sino Dios mismo visitándolo.
Lo único que hizo Zaqueo fue dejarlo entrar a su vida. Le permitió hurgar en su hogar y eso fue suficiente. Deja que Cristo entre a tu vida. Dale las llaves de tu existencia y conocerás su perfecto amor, un amor incondicional que no acaba nunca.