La Biblia dice en Levítico 19:10
“No rebusques todas las uvas de tu viñedo ni recojas las uvas caídas; déjalas para los pobres y los extranjeros. Yo soy el Señor, el Dios de ustedes.”
Dios diseñó un sistema sencillo, pero eficaz para ayudar a necesitados de Israel, para ello solo era necesario que las personas pudientes o con capacidad económica fuera menos ambiciosos y que a la hora de cosechar sus tierras, lo que cayera al suelo de la cosecha la dejaran para los menesterosos.
El libro de Levítico plantea una de las fórmulas con la que los ricos o los que tiene algomo más de lo necesario pueden apoyar a los pobres. Se trata de ayudarlos dejando a un lado la codicia o avaricia propia de quienes tienen recursos. Dios les pidió a los acaudalados que evitara llevarse absolutamente todas sus ganancias.
Se trata de un llamado de atención para que los sectores sociales vulnerables como eran los pobres y extranjeros pudieran tener algún recurso que les permitiera sobrevivir en medio de su escasez. Es evidente que Dios tiene preocupación de esta clase de personas y le pide a quien sí tienen recursos que los ayuden.
Les pidió que no rebuscaran. Es decir que no se llevaran todo. Que dejaran algo para los menesterosos. Es decir, les puso un freno para evitar a toda costa que se llenaran de egoísmo y pudieran auxiliar a sus semejantes siempre tan necesitados de apoyos para sobrevivir.
El principio que encontramos en este verso es que de todo lo que tenemos u obtenemos le demos algo a los necesitados. Que no nos queramos quedarnos con todo. Que ayudemos. Que seamos compasivos. Que no seamos egoístas. Que seamos solidarios con lo que no tienen absolutamente nada.
La frase con la que termina este mandamiento es la rúbrica del Señor para solicitar esta clase de actitud de parte de nosotros. Dios está pendiente de que asumamos esta conducta. Que seamos capaces de hacer a un lado esta terrible actitud de querer solo acumular para nosotros mismos.
Dios desea profundamente que ayudemos a los necesitados. Al ayudarlos en realidad nos estamos ayudando a nosotros mismos porque la pobreza y la riqueza son estados tan cambiantes que un pobre puede dejar ese estado y un rico puede dejar esa condición en el momento menos esperado.
Recordar que debemos hacer por los necesitados es un imperativo para los hijos de Dios que así demuestran su compasión y bondad por los menesterosos.