La Biblia dice en Deuteronomio 25:10
“Y se le dará este nombre en Israel: La casa del descalzado.”
La ley del levirato (la palabra levirato procede del vocablo “levir” que literalmente significa cuñado) fue una practica anterior a la ley, pero que se perfeccionó con la aparición de la Torá hebrea y consistía básicamente en que si un hombre moría, su hermano debía tomar como esposa a su cuñada y el primer hijo que tuvieran llevaría el nombre del fallecido.
Era un manera de perpetuar la memoria del difunto y también de proteger a la mujer para que la viudez no fuera motivo de degradación social y al procrear tuviera alguien que la guardara, en un acto de compasión y renuncia por parte del cuñado a un matrimonio con una joven virgen.
Moisés legisló sobre el levirato y estableció las condiciones para que se llevara a cabo, pero también dejó la posibilidad de que el cuñado no quisiera casarse con su cuñada. Para quien rechazara esta responsabilidad debía comparecer ante los jueces de Israel y se debía quitar el calzado del pie y los ancianos debían escupirle en la cara, dicen algunas versiones.
Además se le conocería con el sobrenombre “La casa del descalzado”. Nos queda claro que rechazar dotar de descendencia al hermano muerto constituía una falta grave, pero que no se castigaba con muerte como otras, aunque merecía la repulsa por la falta de empatía, solidaridad y compasión con una viuda.
El hombre que le negaba memoria y descendencia a su hermano muerto quedaba marcado de por vida. Había decidido “caminar descalzo por la vida”, es decir había tomado la determinación de vivir sin protección de sí mismo. Caminar sin calzado es exponerse a cualquier clase de heridas y sobre todo a ir muy despacio en cualquier camino.
Aunque esa ley ha quedado en desuso, el principio que la estableció sigue vigente. Ayudar haciendo a un lado nuestros sueños, anhelos y planes a quienes han tenido la desdicha de perder a un ser amado. Ayudar a quienes las circunstancias les han hecho pasar una situación por la que no estaban preparados.
Es hacer a un lado nuestro egoísmo y colaborar con los que sufren y evitar ahondar sus problemas que no buscaron en grado elevado. Se necesita una actitud de desprendimiento a favor de quien o quienes han perdido lo más valioso en su vida. Ayudarlos es ponernos calzado para poder caminar en cualquier terreno.