La Biblia dice en 2ª de Corintios 11:3

“Pero temo que, así como la serpiente engañó con su astucia a Eva, también ustedes se dejen engañar y que sus pensamientos se aparten de la devoción pura y sincera a Cristo.”

Los cristianos de Corinto corrían, al igual que nosotros, de una grave peligro: dejarse engañar por el diablo. Es interesante notar que Pablo les escribe para decirles que creer las mentiras del maligno es responsabilidad del creyente. La frase “se dejen engañar” en este verso coloca la responsabilidad en el creyente.

Frente a las artimañas del adversario, el hijo de Dios no es pasivo, es decir, no está inerme o maniatado. Al contrario cuenta con las suficientes armas para derrotar estrepitosamente al maligno, porque la responsabilidad de resistirlo es suya y de nadie más. Los embates diabólicos para apartarnos de la devoción a Cristo no son invencibles.

Pablo les recuerda a los corintios la historia de Eva. En el relato que registra el libro de Génesis nos recuerda el actuar del maligno que es el mismo de siempre: hacernos creer que los límites que Dios nos impone son injustos y que podemos cruzarlos sin ninguna consecuencia. Su estrategia es la misma de siempre: enfócate en lo que no tienes, no en todo lo que te ha dado Dios.

El apóstol lo hace para decirles y decirnos a nosotros que el engaño de la serpiente astuta es un riesgo frente al que todos estamos expuestos, pero ese riesgo se potencia si nosotros caemos en la pasividad, es decir si nosotros decidimos creer esas mentiras. Cuando eso sucede nuestros pensamientos se extravían de la sincera fidelidad a Cristo.

La palabra sinceridad que usa Pablo en este verso procede de la raíz griega “haplotes” que se compone de dos vocablos “ha” que significa “sin” y “plotes” que se traduce como “doblez”. La palabra significa, entonces, sin doblez o sin hipocresía y por eso se vierte como sinceridad.

Dejarnos engañarnos por satanás nos convierte en seres sin sinceridad o hipócritas ante Cristo porque el deseo del maligno es el mismo que tuvo con Eva y Adán: conducirnos al pecado para que nuestra vida se vea consumida en la prisión de maldad de donde Cristo ya nos sacó.

De allí su temor. El creyente puede vivir engañado por el maligno, pero es su exclusiva responsabilidad. De nadie más y debe, entonces, invocar a Dios con todas sus fuerzas para ser liberado y volver a la sincera fidelidad de Cristo.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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