La Biblia dice en Job 31:24-25
“Si puse en el oro mi esperanza, y dije al oro: mi confianza eres tú; si me alegre de que mis riquezas se multiplicasen y de que mi mano hallase mucho.”
Me gusta como traduce estos versículos la versión de la Biblia Dios Habla Hoy porque lo hace de la siguiente manera: “Jamás el oro ha sido para mí la base de mi confianza y seguridad. Jamás mi dicha ha consistido en tener grandes riquezas o en ganar mucho dinero.”
Job era un hombre inmensamente rico. Sus posesiones rebasan en mucho lo que los hombres de su tiempo tenían. De vivir en nuestros días seguramente la revista Forbes, que enlista a los hombres más ricos de nuestro planeta, lo hubiera incluido en los primeros lugares.
A la par, Job era un hombre inmensamente espiritual. Dios mismo dio testimonio de ello al presentarlo ante el maligno como un hombre recto, temeroso de Dios, justo y apartado del mal, características esenciales de un hombre justo y piadoso delante del Creador.
Ante la calamidad que había llegado a su vida, sus tres amigos que lo visitaron, supuestamente a consolarlo, concluyeron temprana y equivocadamente que era un hombre altivo que se enorgullecía de su dinero, pero estaban rotundamente equivocados porque el patriarca declara contundentemente que sus riquezas no eran su dios.
Ni su confianza y mucho menos su alegría procedían de las enormes riquezas que tenía. Había entendido que la mayor y mejor posesión que los hombres pueden tener en esta tierra es Dios. El bien más grande que podemos tener todos los seres humanos es Dios porque es eterno y porque no cambia.
Las riquezas son inestables porque se pueden acabar de un día para otro y si nuestra confianza y alegría están en ellas pues entonces desapareceran con ellas, pero sin confiamos en Dios y nos alegramos en él nunca perderemos ni la fe ni el gozo porque él siempre nos acompaña.
Para Job tener o no tener fue sencillamente intrascendente porque su bien mayor siempre estuvo en Dios.