La Biblia dice en Salmos 78:19

“Y hablaron contra Dios, diciendo: ¿Podrá poner mesa en el desierto?”.

El salmo setenta y ocho es un salmo pedagógico para enseñar y educar. Es una pieza que además de cantarse debía servir para instruir a quien lo entonara, rezara o repitiera. Relata la historia del pueblo de Israel en tres grandes momentos: su salida de Egipto y sus cuarenta años en el desierto, su posesión de la tierra prometida y el reinado de David.

Asaf, su autor, vivió en esos días gloriosos donde David, el hombre cuyo corazón era semejante al corazón de Dios, gobernaba su nación y su piedad influía en un pueblo que por muchos años había tenido jueces que desviaban su corazón y cuyo primer rey, Saúl, dio muestras de debilidad y murió en una batalla.

En el recuento histórico que hace Asaf para instruir y educar a su pueblo dedica buena parte del salmo a recordar lo ocurrido en el desierto, luego de una espectacular liberación en Egipto donde los hebreos conocieron el poder de Dios y sus juicios sobre una nación pagana a través de las diez plagas.

La salvación de ellos vino del fuerte brazo del Señor de tal manera que aún siendo esclavos de esa nación salieron enriquecidos puesto que los egipcios les dieron toda clase de bienes con tal de que se retiraran de sus tierras, luego de ver la muerte de miles de primogénitos que enlutaron los hogares de todos ellos.

Sin embargo en el desierto, los judíos tentaron a Dios, lo enfadaron y se rebelaron contra sus designios de tal manera que muchos de ellos estaban casi convencidos de que lo mejor sería retornar a Egipto bajo un argumento torpe y banal: la comida en el desierto es de pésima calidad. Comían maná y eso los fastidió.

Ellos entonces hablaron contra Dios cuestionando se sería capaz de ponerles una mesa en el desierto. En otras palabras lo creyeron incapaz de alimentarlos en ese lugar. Olvidaron que clase de Dios los había liberado de Egipto. Era lógico que si los había libertado de la esclavitud lo había hecho para llevarlos a un mejor lugar, pero no lo entendieron.

No hay mucho que reclamarle a los israelitas porque nosotros muchas veces actuamos igual o peor. A nosotros se nos redimió de una manera poderosa. Fuimos librados del infierno gracias al sacrificio de Cristo. Ocurrió lo impensable. Dios envió a su hijo a morir por nosotros. Lo más difícil ya lo hizo. Lo que nosotros no podíamos hacer, lo hizo ya.

Sin embargo cuando vienen los problemas, las pruebas, las dificultades olvidamos esa gran verdad y nos “concentramos” en nuestro problema. Y como los hebreos cuestionamos al Señor.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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