La Biblia dice en Jeremías 16:1-2

“El Señor se dirigió a mí, y me dijo: 2 «No te cases ni tengas hijos en este país.”

Dios le pidió a Jeremías que no se casara ni tuviera hijos, una orden que el profeta cumplió porque vivía sujeto a Dios. Fue un caso excepcional que contrasta con la petición que le hizo al profeta Oseas para que se casara con una prostituta. El matrimonio es una institución que Dios diseñó para todo el género humano, pero ocasionalmente algunos no se casan.

Es sumamente impactante las razones por las que Dios le pide a su mensajero que no contraiga nupcias ni procree descendencia: “morirán de enfermedades horribles, nadie llorará por ellos, ni los sepultará; se quedarán sobre la faz de la tierra, como el estiércol. La espada y el hambre acabarán con ellos, y sus cadáveres servirán de alimento para las aves del cielo y para las bestias de la tierra.”

La paternidad se iba a volver dolorosa para todos quienes engendraran hijos en el tiempo de Jeremías y Dios quiso que su profeta no sufriera uno de los mayores dolores que puede haber en esta vida y es la de ver a los hijos morir. Ningún dolor se puede comparar con esta dolorosísima experiencia.

Comprendemos, entonces, que Dios le quiso ahorrar padecimientos a su siervo, pero para ello tuvo que renunciar a uno de las más grandes bendiciones que podemos tener en este mundo que es el de procrear una familia, sin embargo el costo era sumamente elevada y era mejor renunciar a ella.

La historia de Jeremías nos ilustra perfectamente que Dios en muchas ocasiones nos priva de bienes que a nuestros ojos no tendrían nada de malo si los tuviéramos, pero en realidad lo que está haciendo es evitarnos penas, ahorrarnos sufrimientos mayores que poseer lo que tanto queremos o tanto ansiamos.

No es que Dios estuviera disgustado con Jeremías o que no escuchará sus oraciones, al contrario quería bendecirlo siempre, pero se avecinaba sobre Israel una calamidad de proporciones muy grandes y era mejor que se abstuviera de una relación de pareja y que no tuviera hijos.

Y es que esa es la gran bendición que tenemos de parte del Señor. Él conoce el futuro. Sabe lo que va a suceder y lo mejor atender a sus palabras para no sufrir más por tener las cosas que por no tenerlas.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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