La Biblia dice en Mateo 2:3

“Y preguntaron: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos salir su estrella y hemos venido a adorarlo.”

Esta fue la inquietante interrogante que formularon los sabios de oriente que la Reina Valera 1960 llama magos, pero que en realidad se trata de dignatarios dedicados a la observación de las constelaciones, que conmocionó a Jerusalén por unos instantes porque luego de su partida a Belén, la impresión se diluyó y todo volvió a la normalidad.

La pregunta sigue vigente para todos los mortales y se hace más sonora en estos días en que la cristiandad recuerda la encarnación de Cristo porque nos lleva a pensar y reflexionar seriamente si creemos que Jesús vino al mundo a redimir a la humanidad, dónde le hemos puesto o dónde esta.

El lugar que ocupa Cristo en nuestras vidas es en realidad el gran cuestionamiento que debemos considerar si con jubilosa y entusiasta actitud celebramos estos días con comidas, bebidas, regalos y deseos fraternos para quienes nos rodean: familia, vecinos, amigos y compañeros de trabajo.

¿Dónde le hemos puesto? ¿Qué lugar tiene en nuestra cotidianidad? ¿Es en realidad el rey de nuestras vidas? ¿O le hemos confinado como el pueblo de Belén el lugar más inhóspito como lo fue el establo para nacer? ¿Dónde está colocado ese monarca en nuestro hogar? ¿Dónde está cada día en nuestras vidas.

Que no seamos como el pueblo de Jerusalén del tiempo de Herodes que se inquietaron con la pregunta de los sabios de oriente, pero que fueron incapaces de acompañarlos unos cuántos kilómetros para ir a adorarlo porque para ellos era una locura, un disparate pensar que un rey nacería lejos de un palacio.

Pero también porque sus ocupaciones, sus actividades y su quehacer fue más importante que el nacimiento de su Mesías. Ni para condenarlos o hablar duramente contra ellos, si para nosotros el nacimiento de Cristo solo sirve para festejar a veces con terribles excesos saber que ha nacido el rey de los judíos.

Pero si le hemos puesto como rey en nuestras vidas, las celebraciones en su nombre cobran sentido porque nos hacen sus súbditos, sus esclavos, sus criados que acatamos sus disposiciones con gozo y alegría.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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