La Biblia dice en Romanos 4:20

“No dudó ni desconfió de la promesa de Dios, sino que tuvo una fe más fuerte.”

En su excepcional epístola a los Romanos el apóstol Pablo despliega una contundente, inobjetable e incontrovertible argumentación sobre la fe en Jesucristo ante la ley mosaica que sirvió como ayo o tutor para llevarnos a Dios y para ello recurre al ejemplo del patriarca Abraham, llamado no por nada el padre de la fe porque creyó en Dios sin Torá de por medio.

Pablo define a Abraham con ese título que sirve no solo para hacerse progenitor de los judíos, sino también de todos aquellos que confían plenamente en Dios, como nosotros los gentiles que hemos decidido abrazar la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, que murió por nuestros pecados, resucitó al tercer día y está sentado a la diestra del Padre.

El padre de la fe creyó, como se le conoce a Abraham, completamente en tres promesas que Dios le hizo luego de perdirle que saliera de la tierra donde vivía: 1. Que sería padre de multitudes. 2. Que su descendencia recibiría la tierra que el conocería y 3. Que sería bendición para todos los pueblos de la tierra.

El problema es que cuando se le hicieron estas promesas Abraham solo estaba casado, pero no tenía hijos porque era un hombre de edad avanzada y por si eso fuera poco su esposa Sara era estéril y también anciana. En otras las palabras esas promesas parecían una tomadura de pelo o una pésima broma de parte del Señor.

Pero el patriarca tuvo una fe fuerte que sorteó, no sin dificultades, los dos grandes enemigos de esa virtud: la duda y la desconfianza. La duda es la que nos hace cuestionar la viabilidad de las promesas divinas. Nos hace ver la realidad y nos imposilita para mirar más allá de lo que nuestos ojos contemplan. La duda nos ancla a la realidad y nos aleja de los milagros.

La desconfianza es la incapacidad de descansar en el Señor y apunta o más bien mira a Dios como un ser incapaz de cumplir lo que ha prometido. La desconfianza nos lleva a disminuir gravemente el inmenso poder de Dios para ayudarnos y auxiliarnos cualquiera que sea nuestra situación.

Pablo nos dice con toda certeza que Abraham sorteó estos dos grandes adversarios de la fe y se sobrepuso saliendo de su tierra y viajando a lo que posteriormente y hoy se conoce como Israel, donde sus descendientes se multiplacaron como la arena del mar y desde donde ahora es bendición para miles de millones de gentiles que creen en su mismo Dios.

Abraham, entonces, nos enseña que una fe fuerte derrota a la duda y la desconfianza.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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