La Biblia dice en 3ª Juan 1:9
“Yo escribí una carta a la congregación, pero Diótrefes no acepta nuestra autoridad porque le gusta mandar.”
Diótrefes es la expresión más cruda de un liderazgo nacido con las motivaciones incorrectas y ejercido en función de egoístas intereses para beneficiarse a sí mismo y para no rendir cuentas a nadie de su labor y encima de todo ello convertirse en un dique para el desarrollo de la iglesia.
Este personaje, sobre el que escribe el apóstol Juan, nos muestra los desvaríos en los que pueden caer no solo los líderes, sino todos los creyentes cuando pierden la visión que Cristo dejó señalada cuando lavó los pies de sus discípulos y les dijo con toda claridad que el llamado de todos: apóstoles o no apóstoles era el de servir.
La frase que la versión Dios Habla Hoy traduce como “le gusta mandar” procede de la raíz griega “filoproteuon” que literalmente significa “amigo del primer puesto” o “el que ama el primer puesto”. Y ese era el gran mal de este hombre le encantaba más el título que la función que debía desempeñar.
Diótrefes practicaba un cristianismo al revés: pensaba servirse de cargo y no servir con él. Creía que una posición de autoridad estaba diseñada para ordenar y determinar que sí y que no aceptar cuando en realidad Jesús dijo que quien quisiera ser el mayor en la comunidad cristiana debía ser el servidor de todos.
La iglesia cristiana de su tiempo estaba en pleno crecimiento y él en lugar de apoyar la labor misionera y de instrucción y discipulado se encaramó en el poder y no solo monopolizaba el trabajo a favor del evangelio, sino que inhibía a aquellos que tenía la disposición de ayudar la labor de compartir las buenas nuevas.
Su historia nos ayuda a revisar seriamente las motivaciones que nos lleva a la iglesia y que nos hace ocupar un cargo de servicio. Nos recuerda que todos tenemos el riesgo de agradarnos a nosotros mismos en lugar de agradar al Señor que es el dueño de la mies y Cabeza de su iglesia por la que vertió su preciosa sangre.
Amar lo que hacemos por Cristo no necesariamente significa amar a Cristo. El amor a Cristo tiene una manifestación inequívoca que es la humildad. Entre más amamos al Señor más nos parecemos a él que fue manso y humilde de corazón. Todo lo contrario a la sencillez es simplemente una impostura.
El egoísmo es una muestra palpable de un corazón engañado y engañador, es, también, la expresión de una persona alejada totalmente de los valores y principios que el cristianismo enarbola: negarse a sí mismo y dar su vida para servir a los demás con el único interés de cumplir la voluntad de Dios.