La Biblia dice en Gálatas 2:20
“El cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.”
Los seres humanos tan imperfectos en muchas cosas, somos imperfectos también para amar. Nos amamos mucho a nosotros mismos, pero somos incapaces de amar a otros y por ello requerimos de un ejemplo certero, preciso, claro y explícito para que cuando digamos que amamos a alguien podamos tener la certeza que lo estamos haciendo correctamente.
Pablo descubrió el amor perfecto en la persona de Jesucristo y nos legó el poema más profundo del significado de amar. Tener amor es sufrirlo todo, creerlo todo, esperarlo todo, soportarlo todo, escribió. Para llegar a ese punto, el apóstol partió de una verdad para conocer de qué tamaño es nuestro amor hacía nuestros semejantes, amigos y familiares.
La afirmación que Pablo nos presenta en su carta a los Gálatas es sencilla: El amor es entrega. La palabra entrega procede de la raíz griega “paradidómi” que se forma de dos vocablos: la preposición “para” que se traduce como “cerca” y “didómi” que sencillamente quiere decir “dar”. La palabra etimológicamente significa dar de cerca.
El uso de la expresión en el Nuevo Testamento implicaba, entonces, desprendimiento de tiempo, bienes y hasta la vida sin ninguna clase de distanciamiento con quien los recibía, es decir entregarse en el sentido de darse por entero sin dejar nada para uno mismo sino para quien era objeto del amor con una ausencia total de egoísmo.
Entendemos entonces que la clase de amor que Cristo nos ofrece y del cual somos objeto es un tipo de amor donde quien ama da una y otra vez hasta el sacrificio y la prueba de ese amor en Jesús fue la cruz. Pensar en ello nos ayuda a hacer agradecidos con quien nos amó de tal manera, pero también para modelar nuestro amor, cuando amamos.
Afirmar que amamos sin entregarnos, sin darnos, sin dejar que nuestro egoísmo se haga a un lado es una falsedad. Tal vez queremos o pretendemos querer, aunque en realidad nos queremos más a nosotros que nuestro prójimo, pero el amor genuino es aquel que nos hace dar nuestro tiempo, nuestros bienes, y hasta nuestra vida por otros.
Nos queda claro que amar es morir a nosotros, entonces, porque el amor implica dar y dar lo bueno y mejor de nosotros, no solo a quienes nos aman, sino también a quienes nos aborrecen o detestan.