La Biblia dice en 1ª Corintios 3:18
“Que nadie se engañe: si alguno de ustedes se cree sabio según la sabiduría de este mundo, vuélvase como un ignorante, para así llegar a ser verdaderamente sabio.”
Históricamente la ciudad de Corinto tuvo un brutal influencia de Atenas, que fue epicentro del conocimiento humanístico de la cultura griega. Los grandes filósofos confluyeron en ésta última ciudad y algunos la tuvieron como residencia. La cercanía de Corinto con ella hizo inevitable que también muchos pensadores influenciaran la ciudad.
La sabiduría era entonces un asunto al que muchos se dedicaba de tal manera que justo en Grecia se acuño el término filosofo que significa sencillamente amor a la sabiduría, porque procede de las expresiones “filos”, amor y “sofía”, que quiere decir sabiduría. Luego entonces el tema era recurrente, conocido y del dominio público.
Cuando Pablo evangelizó Corinto a la iglesia se agregaron personas de toda clase, muchas de ellas acostumbradas a venerar a sus maestros seculares y pronto ellos llevaron ese pensamiento al cuerpo de Cristo y comenzaron a afiliarse como seguidores de Pedro, Pablo, Apolos y los que se sentían más espirituales de Cristo, éstos últimos lo hacían por orgullo.
A ellos es a los que dirige estas palabras el apóstol Pablo: a los que se sentían sabios, pero no con la clase de sabiduría que Dios regala y concede a sus hijos, sino con la del mundo, la que encontramos en libros y maestros y que vuelve presuntuoso a los que la poseen porque supone un esfuerzo mental y personal.
Pablo les llama la atención porque en realidad se están engañando a sí mismos, porque en términos estrictamente humanos y tal y como lo dictaban y dictan aún en día los filósofos para alcanzar o adquirir conocimiento el primer gran requisito es aceptar nuestra ignorancia y no andar de petulantes proclamando que lo sabemos todo.
La primer característica de una persona que sabe o entiende toda clase de asuntos es la sencillez y no el alarde. El conocimiento netamente humano tiene el rasgo hacer sentir a quienes lo poseen encima de todos los demás. Por eso el apóstol señala la gran equivocación de algunos miembros de la iglesia de Corinto. Vivían engañados.
No hay peor engaño que el autoengaño. Nos hacemos prisioneros nosotros mismos. Vivimos en una cárcel que nosotros mismos edificamos y Dios nos quiere librar de ese peligroso lugar. Para ello se necesita humildad y sencillez y en el caso del conocimiento nunca pensar que hemos llegado a la cúspide y mucho menos humillar a los demás.
Pablo nos da una magnífica pista para aprender en este mundo: hay que reconocer nuestra ignorancia. Quien piensa que ya lo sabe todo ha mutilado la iniciativa personal por aprender.