La Biblia dice en Romanos 11:34
“Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?”
El apóstol quedó profundamente conmovido cuando explicó a la iglesia de los romanos el plan de Dios para salvar a los gentiles. Para ello fueron endurecidos los corazones de los hebreos, lo que parece un despropósito, pero fue el mismo mecanismo que utilizó con los judíos cuando los salvó: endureció el corazón del Faraón y su pueblo.
“Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos”, les dijo cuando supo que muchos se sorprenderían de sus palabras, porque: cómo un Dios tan amoroso puede tomar ese camino para redimir, una pregunta que surge de inmediato con las palabras que les dirigió. Endurecer para salvar.
Sin embargo, Pablo hace dos preguntas para recordarnos que defintivamente Dios puede hacer lo que le plazca, aunque eso no signifique que sea un Dios caprichoso o voluntarioso, sino más bien un Dios de propósitos y planes perfectos, dispuesto a socorrer siempre a sus escogidos.
La primera pregunta que lanza Pablo es ¿quién entendió la mente del Señor? La respuesta definitivamente es: nadie. Nadie podrá jamás comprender los pensamientos del Señor. El profeta Isaías les dijo a los hebreos de su tiempo que sus pensamientos no eran los pensamientos del Señor. Nadie puede compenetrar la mente del Señor. Nadie.
Y esa es la gran limitante de todos, aún de los que estudian y meditan su palabra, que nos acercamos a los que el Señor piensa a través de su bendita palabra, pero es imposible saber lo que piensa, sobre todo cuando estamos ante una adversidad que fácilmente se pudo haber evitado.
Pero Pablo va más allá con la segunda pregunta: ¿quién fue su consejero?. La respuesta también es nadie. La necesidad de un consejero en casi todos los gobiernos obedece a que ningún líder domina todos los asuntos de una nación y por eso la presencia de consejeros o especialistas se hace necesario. En el caso de Dios esa situación no opera.
Dios conoce perfectamente su creación y sus criaturas. Nadie le tiene que decir que esconde el profundo mar. Nadie le tiene que comentar el número de estrellas. Las conoce todas y las llama por su nombre. Tampoco nadie le tiene que aclarar que tiene en su corazón cada hombre, pues el conoce perfectamente lo que hay en cada uno.
Nos estremece saber que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob que nos adoptó sea así. Poderoso, gradioso, excelso. Que no necesite de nada ni de nadie para alcanzar sus propósitos. Ante ello no nos queda más que agachar nuestra cabeza en humildad y reconocimiento de su grandeza.