La Biblia dice en Juan 8:56

“Abraham, el antepasado de ustedes, se alegró porque iba a ver mi día; y lo vio y se llenó de gozo.”

Uno de los grandes argumentos de Jesús ante la actitud incrédula de los fariseos y escribas fue citar a Abraham, el padre de la fe, del que se originó la nación hebrea, para mostrarles que ellos estaban muy lejos de imitar o parecerse mínimamente a ese varón que se entregó incondicionalmente a Dios y que le creyó a Dios sin haber visto nada de lo prometido.

Los judíos de los tiempos de Cristo se ufanaron y presumieron su linaje. Su origen racial los llenaba e hinchaba de orgullo, sin entender que la simiente de Abraham iba más allá de pertenecer genéticamente a una raza porque en realidad lo valioso fue y es la confianza que el patriarca mostró y demostró a Dios.

En el verso que hoy meditamos Jesús hace declaraciones muy interesantes sobre la seguridad del padre de la fe. Cristo dice que ese varón se alegró porque iba a ver el día en que Cristo se manifestaría a Israel, lo que en efecto sucedió, como lo aclara el Señor y se llenó de alegría por ese hecho.

La interrogante que surge es, ¿cuándo lo vio si la distancia entre Abraham y Jesús son varios miles de años? La respuesta es sencilla si nos remitimos a la biografía de ese hombre, particularmente cuando Dios le pide que le ofrezca en sacrificio a su hijo Isaac, el único y al que amaba.

Allí en el monte Moríah cuando estaba a punto de entregar a su hijo a Dios como sacrificio, el ángel de Jehová, una manifestación de Cristo antes de encarnase en la persona de Jesús, le dijo que no lo hiciera que no era necesario porque solo había sido probado. Luego de escuchar esas palabras Abraham vio un carnero enredado y atrapado en un zarzal.

La alegría que tuvo ese día Abraham fue inmensa por varias razones, la primera fue porque finalmente su amado hijo no murió, pero luego porque entendió que justo en ese lugar el Hijo de Dios habría de ser sacrificado. No en balde ese lugar fue llamado por el patriarca como Jehová proveerá.

Abraham se alegró porque Dios habría de proveer la redención de Israel y de toda la humanidad. Que lejos estaban los fariseos y escribas de comprender la magnitud del tiempo y la persona que tenían frente así. Su incredulidad no les permitió conocer que estaban ante el Cordero que redimiría a su nación.

La redención que Cristo nos compró nos debe llenar de alegría porque sin tener nada que darle, nos dio todo. El mejor homenaje o reconocimiento al Señor por ese hecho es imitar la fe de Abraham que se sometió a Dios dándole lo que mas amaba.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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