La Biblia dice en Marcos 14: 50
“Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron.”
En seis palabras Marcos resumió lo que les ocurrió a los discípulos de Cristo la noche que detuvieron a su Maestro: lo dejaron y huyeron, atemorizados y llenos de pavor por la brutalidad con la que los guardias del templo detuvieron a Jesús que fue traicionado por Judas.
Les faltó mucho valor para seguir la suerte de Jesús. Aunque en realidad ninguno de ellos moriría porque en su oración sacerdotal Jesús había pedido al Padre por ellos y Dios le había concendido que ninguno de ellos sería apresado y sufriría daño alguno. Pero ellos se escabulleron porque se llenaron de temor.
El miedo los consumió y luego de tres años de acompañar a Jesús en los momentos de mayor popularidad como cuando alimentó con unos cuantos peces y panes a grandes multitudes, cuando resucitó a Lázaro o la entrada triunfal en Jerusalén, sucumbieron ante la idea de que también sería detenidos, castigados y hasta asesinados.
Nadie pudo resistir la presión que conlleva la fuerza del gobierno judío. La fuerza policiaca que acompañó la detención de Jesús los intimidó, los amilanó y los redujo a hombres ordinarios que al ver peligrar su vida corrieron, sin importar que dejaban solo a su Maestro, en horas de gran necesidad.
Marcos retrata perfectamente lo que sucedió esa noche y nos muestra la grave falta que podemos cometer si dejamos de confiar en el Señor. El miedo es sinónimo de desconfianza y falta de fe. La inseguridad que privó entre los apóstoles expresaba trágicamente lo que sucede cuando la amenaza se cierne sobre nosotros.
Ninguna experiencia nos lleva a olvidarnos de nuestras convicciones que ver en peligro nuestra vida. Salvar nuestra vida nos puede llevar a olvidarnos del Salvador. Esa es la lección que nos dejan los discípulos esa noche en la que Jesús fue detenido, llevado por los guardias del templo para comparecer ante el sanedrín judío. Lo dejaron solo.