La Biblia dice en Proverbios 4:1
“Hijos, atiendan a los consejos de su padre; pongan atención, para que adquieran buen juicio.”
El libro de Proverbios es un volumen de la Biblia que se escribió en el tono en que un padre se dirigiría a sus vástagos, entendiendo en el sentido más amplio la palabra hijo, que engloba tanto a hijos como a hijas. La intención es abiertamente expresa: un padre forma, educa, dirige, enseña, entrena y edifica a sus descendientes.
Esa es la función primordial o esencial de un progenitor: cuidar, proveer, formar y ha sido reservada a hombres que deben asumir con claridad este enorme reto que tienen ante sí cuando procrean junto con su esposa a seres que llegan a este mundo sin haber exigido nacer o existir.
La vida nos enseña que hay toda clase de padres. Hay papás que asumen su responsabilidad con amor, entrega y dedicación, hay otros que le rehúyen, que abandonan a sus hijos como si hacerse cargo de ellos fuera un castigo y no una bendición del cielo. Y entre ambos hay quienes ni son tan lejanos, pero tampoco muy cercanos.
Pensar en nuestros padres es para muchos un trauma, para otros es un grato recuerdo de vivencias infantiles, juveniles y aún de adultos. La gran diferencia estriba en la actitud con que nuestros ascendientes se comportaron. Nunca debemos de perder de vista que la paternidad marca para siempre y la ausente es la que tal vez lo hace con más fuerza.
La paternidad que se hace con devoción genera lazos emocionales indestructibles. Padres e hijos quedan vinculados y unidos de tal manera que hasta el último día de vida del padre, los hijos permanecen junto a él. No lo abandonarán, tampoco lo dejarán solo y cuando se ausente para siempre, jamás lo olvidarán.
Para alcanzar este nivel de entendimiento entre padre e hijos es indispensable atender las indicaciones que encontramos en la Escritura. Y justamente el proverbio que hoy meditamos nos hace pensar en la necesidad del buen juicio. El padre que tiene buen juicio eso le enseña a sus hijos y sus hijos de prestar atención para aprender esa virtud.
El buen juicio en hebreo procede de la raíz “biná” que sencillamente significa comprender. De allí algunas versiones de la Biblia la traducen como discernir o distinguir. El padre tiene como función esencial enseñar a sus hijos a tener la capacidad de comprender su realidad, distinguir con claridad entre lo correcto e incorrecto y discernir lo bueno de lo malo.
El hijo debe, entonces, atender los consejos de su padre para llegar a ese punto y una vez alcanzado, repetirlo a sus hijos en un círculo virtuoso. Esa clase de padres habrán logrado su labor principal: formar hijos con la extraordinaria capacidad de vivir haciendo lo correcto y evitando lo dañino.