La Biblia dice en Mateo 27:5
“Entonces Judas arrojó las monedas en el templo, y fue y se ahorcó.”
El salmo ciento nueve, que los apóstoles citaron en el libro de los Hechos para definir a Judas Iscariote, es muy ilustrativo para presentar a una persona que cae de la gracia de Dios y se pierde con muchas maldiciones que van desde la pobreza, la enfermedad y finalmente el fin de su posteridad.
Mateo, el publicano redimido, conocedor de todos los movimientos financieros en Jerusalén, conoció perfectamente lo que sucedió con las treinta monedas de plata que el apóstol Judas recibió para traicionar a Jesús y cumplir así lo dicho por David cuando compuso el canto mil años antes de los acontecimientos, según relata en su evangelio.
Judas nunca comprendió la magnitud de su llamado, fue incapaz de digerir el lugar de privilegio en el que se le puso y el grado de confianza depositado en su persona al convertirse en el tesorero de los doce, cuando en sentido estrictamente humano el mejor perfil de todos ellos era Mateo por su conocimiento en la contabilidad.
Su ambición desmedida lo perdió. El dinero se impuso en su vida y nunca pudo frenar y refrenar sus apetitos materiales que lo llevaron a ofrecerse como entregador de Jesús, pensando que nada grave ocurriría con el Señor, pero cuando vio las consecuencias de su felonía no pudo más y fue a devolver el dinero, pero ya no hubo marcha atrás en el plan.
Los fariseos y escribas, así como la clase sacerdotal, se desentendieron por completo de la solicitud de Judas para que liberaran a Jesús. A ellos ya nos les interesaba ni la conciencia ni los remordimientos de Judas. Habían logrado finalmente su ansiado deseo de tener a Jesús a su merced y no iban a dejarlo por nada del mundo.
Lo que pasara con Judas era lo que menos les interesaba y por esa razón cuando el traidor vio que todo estaba perdido y que nada podría hacer por su Maestro, decidió, además de devolver las monedas de plata, irse de allí y ahorcarse, una falsa salida a un problema que nadie más que él había provocado. Nadie lo buscó él fue a ver a los fariseos.
Su historia nos lleva a pensar que el peso de la culpa es brutal y de tal efecto que doblega a quien traiciona a un amigo, a su familia o sus convicciones. La traición a Jesús abrumó a Judas, lo metió en un camino sin salida y lo llevó a quitarse la vida, pero ni eso lo eximió o redimió de su responsabilidad.
A nadie le interesó su muerte. Quedó como un traidor para la posteridad. Dejó un antecedente de pena y dolor por su incapacidad para dominar sus deseos materiales. Al final de su existencia, dio su vida, pero ya no sirvió para nada, había perdido su oportunidad de ser leal a su Salvador y Maestro, pero el peso de la culpa lo hundió.