La Biblia dice en Génesis 25:32

“Entonces dijo Esaú: He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura?”

La primogenitura era, ha sido y es un privilegio en la cultura hebrea. En los tiempos de los partriarcas constituía una bendición y una responsabilidad. Sobre el primer hijo de un matrimonio recaía la bendición de representar al padre como guía, consejero y defensor de toda la familia.

Pero en el caso de la familia de Abraham, la bendición de ser primogénito era enorme porque representaba la posibildad de continuar con la línea genética o genealógica que habría de traer a este mundo al Mesías. Era una muy alta distinción. Un privilegio reservado para uno cuantos seres. El resto de la humanidad solo sería espectadora.

Era en esos días un proyecto a futuro. No sería de inmediato puesto que todavía estaba en formación el pueblo de Israel y no tenía territorio aún. Pero la promesa de Dios fue creíada por Abraham e Isaac. Algo que no sucedió en Esaú para quien ser primogénito representó algo sin importancia y valor. Esaú era nieto de Abraham e hijo primogénito de Isaac.

Para él la primogenitura no servía de mucho frente a sus necesidades presentes. Él tenía mucha hambre y la propuesta de su hermano Jacob que sí sabía la relevancia de ser reconocido como primer hijo de su hogar de transferirle ese derecho por medio de una comida la aceptó sin el menor asomo de preocupación.

La carta a los Hebreos califica esta acción como algo profano. Esaú fue un profano porque le resto importancia a un privilegio que Dios le había dado y a partir de entonces así se les llama a todos aquellos que le restan importancia a los grandes dones que Dios les da o les ofrece para su bien.

Esaú no quiso ese privilegio. Pero no solo no lo quiso sino que lo vendió como se vende un mueble o un inmueble. Le pareció muy poca cosa que el Creador lo haya hecho nacer primero antes que su hermano Jacob. Su drama llama la atención porque se repite en la vida de muchas personas.

Dios nos ha dado grandes y perfectas bendiciones, pero a veces no las valoramos. Pensamos que es más importante lo material. Creemos que Dios puede esperar o que podemos renunciar a los privilegios que Dios nos ha dado sin que pase nada. Pero la realidad es que ese es un engaño.

El deseo de Dios es que respondas con gratitud a la posición que él te ha dado en Cristo. Que correspondas con dedicación y empeño al lugar que ahora tienes como integrante del pueblo de Dios. De esa forma le retribuiremos mínimamente por todo lo que él ha hecho por nosotros.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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