La Biblia dice en Marcos 4:38

“Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos.”

El relato que hace Marcos de este viaje que hicieron los discípulos con Jesús por el mar de Galilea muestra que los seguidores en tiempo de crisis tenían grandes temores y experimentaban angustias como todos nosotros cuando llegaban a su vida situaciones que ponían en grave peligro su vida.

Según nos cuenta el evangelista durante ese periplo se desató una furiosa tormenta que por momentos pareció hundir la embarcación donde viajaban, mientras Jesús dormía extenuado por la labor emprendida durante esos días en los que hacía falta tiempo hasta para comer ante la demanda de ayuda y apoyo que tenía de parte de los necesitados.

La reacción de ellos en esta situación es sumamente aleccionadora para todos nosotros porque Jesús iba con ellos. No los había mandado solos a ese viaje. Es de suponer entonces que nada malo les iba a ocurrir porque los acompañaba el Creador del cielo y de la tierra y su protección estaba más que garantizada.

Sin embargo cuando la tormenta incrementaba su fuerza y ellos se vieron superados para controlar la nave, fueron a despertarlo y en tono de reproche le preguntaron si no tenía cuidado de ellos que perecían. Nótese en estas palabras que ellos ya se sentían muertos, es decir se declararon derrotados.

¿Qué les pasó? Lo que nos sucede a todos en los tiempos de crisis: olvidamos que Cristo está con nosotros y que conoce perfectamente lo que nos sucede. El prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, pero perdemos de vista esto ante el incremento de los problemas, las dificultades y los temores.

Ese miedo fue el que llevó a los discípulos a reclamarle al Señor su falta de atención y distanciamiento ante lo que ellos vivían, aunque en realidad si ellos hubieran perecido en el mar Jesús también hubiera muerto allí. Su corazón y su mente de ellos se nubló, como se nos nubla a todos cuando creemos que Dios no nos cuida o que nos ha abandonado.

En lugar de pedirle ayuda y suplicarle su auxilio fueron con reclamos a su persona porque estaban grandemente desesperados. La desesperación suele jugarnos muy malas pasadas y nos hace culpar a Dios de nuestros males, pero en realidad Dios sabe todo lo que nos ocurre y siempre saldrá a ayudarnos, no necesitamos reclamarle nada.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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