La Biblia dice Mateo 1:21

“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”

Al igual que Juan, entre los ascendientes de José no se localiza ningún varón de nombre Josué que es el correspondiente nombre de Jesús en hebreo, pero el ángel que se le apareció en sueños le dijo claramente al esposo de María que ese sería el nombre que le debería de poner a su hijo, el nombre era una prerrogativa del padre sobre los hijos.

En medio de la gran confusión, temor, dudas e incertidumbre por el repentino embarazo de su desposada, José recibió esta orden que fue tan clara, indubitable y certera que le quedó completamente claro que recibiría a María y que le pondría el nombre que le habían indicado.

El nombre que José le daría a su hijo, sería JESÚS y el ángel le explicó porque llevaría ese nombre: “Él salvará a su pueblo de sus pecados.” Y esa fue justamente la misión que tuvo durante su vida en este mundo. Se convirtió en el Salvador no solo de la nación hebrea, pero de todo el mundo.

Su nacimiento, vida y obra, así como su muerte y resurrección lo convirtieron en el Salvador glorioso que dio su vida en ofrenda a Dios para que la raza humana pudiera encontrar una salida a su destino de perdición que llevaba y que irremediablemente la hacía merecedora del castigo eterno.

El nacimiento de Cristo nos recuerda cien por ciento la humanidad de nuestro Salvador. Fue un hombre que nació del seno virginal. Que vino bajo la naturaleza humana, pero sin pecado porque fue engendrado por el Espíritu Santo, pero compartió con nosotros nuestras profundas debilidades humanas.

Y por esa razón podemos confiar absolutamente en su obra redentora porque nació, vivió y murió entre nosotros. Se puede compadecer de nuestras vidas porque sabe de nuestras tristezas, de nuestros sinsabores y de todas nuestras grandes y profundas necesidades internas.

Jesús es nuestro Salvador. Su encarnación nos recuerda eso. Su nacimiento en Belén fue para librarnos para siempre.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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