La Biblia dice en Ezequiel 2:5

“Y ya sea que te hagan caso o no, pues son gente rebelde, sabrán que hay un profeta en medio de ellos.”

Dios envió a sus profetas sabiendo que el pueblo de Israel no los iba a escuchar. Por lo menos a Jeremías, Isaías y Ezequiel los mandó a predicar anticipándoles que su auditorio no los oiría e incluso que los perseguirían y serían maltratados por ellos y estos varones obedecieron a sabiendas que su labor era dura y hasta peligrosa.

El resultado del ministerio profético de estos hombres era conocido ya: los hijos de Israel no se volverían a Dios y al contrario sus corazones se endurecerían más y más a pesar de las poderosas manifestaciones de la gracia del Señor en sus vidas y a pesar de la amenaza de destrucción que se cernía sobre ellos.

En el caso de Ezequiel comprendemos la razón por la que el Señor envió a su vidente a predicar: debía quedar testimonio y un antecedente claro de que Dios había hablado a su nación, que no se habían quedado sin que alguien les hablara, sin que tuviera noción o conocimiento de lo que se avecinaba.

La presencia de Ezequiel en este caso, pero también la de Isaías y Jeremías y muchos otros, era testimonial, es decir, Dios quería que nadie tuviera excusa o pretexto para decir que no sabían lo que sucedería o que no fueron advertidos sobre lo que se avecinaba y fueron tomados por sorpresa.

Con ello queda claro que Dios siempre habla, que mantiene permanentemente abierta la comunicación con sus hijos, pero son éstos los que en ocasiones no saben escuchar cuando Dios les quiere hablar. Hoy ya no son los profetas quienes nos hablan, sino su bendita palabra escrita en la Biblia.

Allí está ese bendito libro como testimonio de que el Creador siempre ha tenido interés por nosotros. Que quiere que atendamos sus instrucciones y de esa manera podamos atender sus indicaciones. De no hacerlo nunca podremos justificarnos diciendo que no supimos o que no conocimos.

Así como Ezequiel era el testimonio a Israel de que había un profeta que les hablaba la palabra de Dios, así la Escritura es el testimonio imperecedero de que Dios nos ha hablado y nos habla siempre.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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