La Biblia dice en Ester 6:7-8
“Así que respondió: Para ese hombre 8 deberá traerse la misma túnica que usa Su Majestad, y un caballo de los que Su Majestad monta, que lleve en su cabeza una corona real.”
La historia de Amán y Mardoqueo relatada en el libro de Ester es enormemente ilustrativa para mostrarnos claramente que las pasiones descontroladas, el enojo contra las personas y los malos deseos contra nuestro prójimo pueden ser sumamente perjudiciales para nuestra vida y que Dios interviene siempre a favor de los piadosos ante sus enemigos.
El rey Asuero había decidido premiar la lealtad de Mardoqueo por haberle informado de un complot en su contra y llamó a Amán para preguntarle como se debía tratar a una persona que podría ser honrado o reconocido por el rey, a lo que contestó pensando que se trataba de él, es decir que el monarca quería honrarlo a él.
Fue entonces que pidió la misma ropa del gobernante, el caballo real e incluso solicitó la corona de oro que portan los reyes, sin darse cuenta que todo lo que estaba pidiendo tenía como destinatario a su odiado enemigo Mardoqueo, para quien además pidió un heraldo que anunciara que así trataba el rey a una persona que quería honrar.
La lección que nos deja esta historia es formidable: en primer lugar nos muestra que aunque nuestros enemigos quieran nuestra destrucción Dios siempre se las arreglará para salvarnos, en segundo lugar que el bien que hacemos siempre será recompensado, tarde o temprano y en tercero que nuestros adversarios podrán tener los deseos más malos contra nosotros, pero no se cumplirán.
Cuando nuestras acciones tienen como finalidad servir al prójimo de manera sincera y ayudar desinteresadamente a pequeños y grandes Dios tiene el cuidado de mostrar en público su reconocimiento hacia nosotros ante nuestros enemigos que quisieran vernos en desgracia permanente.
Para que Mardoqueo llegara a ese punto su carácter fue probado primero criando a una niña que no era su hija y tratándola como si fuera su descendiente, luego resistiendo las presiones de la corte del rey de no rendir pleitesía al malvado Amán, luego preocupándose por la vida del rey.
Esos fueron los atributos de un hombre que su propio enemigo tuvo que ir gritando que así trataba el rey a las personas que quería honrar. Amán recibió un doble castigo: no fue reconocido y luego tuvo que ir por toda la ciudad alabando a quien consideraba su peor enemigo.
Dios siempre levanta nuestra cabeza y nos hace sentar en lugares especiales diseñados justamente por él. Nosotros no tenemos que buscar ninguna clase de gloria, sino la de él.