Introducción
Según muchos especialistas el evangelio de Juan fue la última obra de las cuatro que consignan en el Nuevo Testamento la vida y obra de Jesucristo. Mateo, Marcos y Lucas le son anteriores porque fueron escritos cuando la iglesia recién comenzaba a crecer y necesitaba material didáctico y Juan se escribió para rechazar las primeras herejías.
El testimonio interno de la obra parece darles la razón porque el evangelio es completamente distinto a los otros tres. Encontramos siete señales perfectamente estructuradas, encontramos 25 afirmaciones, las ocho grandes declaraciones del “Yo soy” y además nos presenta con toda claridad el propósito de su escrito.
“Jesús hizo muchas otras señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tenga vida.” Juan 20: 30-31. Así plasmó el objetivo central de su obra.
En su esencia Juan es muy parecido a la epístola de Colosenses que Pablo escribió porque refuta de manera sencilla, pero contundente las falsas enseñanzas que colocaban a Jesús como un simple hombre y le restaban su carácter divino y por esa razón comienza presentando al Verbo como pre-existente.
El objetivo de Juan es presentar a Jesús tal como lo miró. El hijo de Zebedeo convivió mucho con el Señor, lo acompañó en los momentos más críticos de su vida. Estuvo durante todo el juicio y permaneció al pie de la cruz junto con María y las otras mujeres que también acompañaron al Maestro durante sus tormentos y muerte en la cruz.
Los diálogos de Juan con personajes como Nicodemo, la mujer samarita, el ciego de nacimiento, el paralítico del estanque de Betesda y otras pasajes que solo el menciona como los discursos de despedida, fueron escritos para mostrarnos lo complicado que resultó para muchos pasar de lo natural a lo espiritual.
Desde la mismísima predicación de Juan el Bautista hasta el desencuentro con Poncio Pilato descubrimos lo complicado que resultó para muchos dejar el mundo natural para dar el paso y caminar en el mundo espiritual, un conflicto que no fue privativo de esos hombre que conocieron de manera personal y directa el ministerio de Cristo.
Es un hombre del hombre en todos los tiempos y en todas las edades, el ser humanos lucha, batalla y tiene grandes conflictos a la hora de caminar con Jesús porque hay una demanda que el evangelio de Juan nos presenta con toda claridad: hombres y mujeres deben dejar la forma en que concibe la vida y dar paso a la nueva visión que Cristo ofrece.
La serie que comenzamos este domingo tiene justo esa intención. Reflexionar, meditar, pensar sobre la necesidad de dar el paso de lo natural a lo espiritual. A lo largo de las siguientes semanas tendremos la oportunidad de acompañar a Juan en su evangelio para descubrir como Cristo llevó a sus seguidores y a quienes convivieron con él a dar ese paso.
Los seres humanos debemos de tomar esa decisión. Dejar de mirar con nuestros ojos naturales y permite al Cristo gobernar nuestras vidas para entonces entrar en la dimensión espiritual que diseñó para todos los que se le acercan, puedan dejar lo netamente humano y caminar en lo espiritual, divino y sobrenatural.
El vital camino de lo natural a lo espiritual
La Biblia dice en Juan 1:22-28
Le dijeron: ¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? 23 Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. 24 Y los que habían sido enviados eran de los fariseos. 25 Y le preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta? 26 Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. 27 Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado. 28 Estas cosas sucedieron en Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
Introducción
Juan comenzó a bautizar guiado por el Señor. Apartado desde el vientre de su madre Elisabet y lleno del Espíritu Santo antes de nacer, como nos lo relata el evangelista Lucas, comenzó a predicar en Betabará, nos precisa Juan. Muchas versiones traducen Betania, en lugar de Betábara. En realidad son lugares distintos.
Betania es el lugar de residencia de Lázaro y sus hermanas, Martha y María, localizada a unos cinco kilómetros de Jerusalén, en tanto que la Betania de la que habla Juan está del otro lado del Jordán, por eso la Reina Valera, en lugar de traducir como Betania, lo hace como Betábara.
Al conocer su predicación y la ceremonia de bautizo que llevaba a cabo, los fariseos enviaron a emisarios a interrogarlo. Era un predicador distinto a lo que habían visto por mucho tiempo. Su vestimenta y rigurosa alimentación era insuales, pero su mensaje lo era todavía más.
Predicaba el arrepentimiento con tal vehemencia que muchos venían a donde estaba para escuharlo y de pronto se hizo de una fama que la clase religiosa de su tiempo consideró necesario saber quién era y por qué hacía lo que hacía y entonces se encaminaro a donde bautizaba.
Al llegar allí vieron con sus propios ojos que ese hombre vestido con ropas ásperas tenía ya muchos discípulos que lo acompañaban y sobre todo tenía oyentes que lo escuchaban de buena gana y sobre todo que eran movidos a ser bautizados, había incluso soldados que oían su mensaje.
Tres preguntas le hicieron a Juan el Bautista: 1. ¿Quién eres?. 2. ¿Qué dices de ti mismo? Y 3. ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta? Las tres tuvieron su respuesta, pero no pudieron hacer más por los que la hicieron porque se quedaron hasta allí, no profundizaron, ni se acercaron más al mensajero.
Los judíos esperaban al Mesías, antes de su llegada sabían que vendría Elías porque así lo dice el libro de Malaquías 4: 5 que dice así: “He aquí yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible.” Pero sabían que vendría un profeta de acuerdo a Deuteronomio 18: 15 que dice: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, levantará Jehová tu Dios; a él oiréis.”
El mensaje de Juan el Bautista no era un mensaje complicado o dificil de digerir: era básico. Arrepientanse de sus malos caminos, vuelvanse a Dios y haga obras de genuino arrepentimiento y como muestra de esa determinación, bauticense, pero a ellos no les interesó eso.
El vital camino de lo natural a lo espiritual
Para recibir el sencillo mensaje de Cristo
A. Sin cuestionamientos
B. Con humildad
El mensaje de Cristo es muy sencillo. Casi todas sus enseñanzas básicas fueron por medio de parábolas, es decir relatos breves para hacer comprensible verdades espirituales. En término pedagógicos, lo que Jesús hizo fue enseñar lo que podía resultar abstracto para le mente humana como la fe con historias breves como la de las aves que no siembran.
A pesar de ello, algunas personas que lo escucharon no lograron entender y aceptar su mensaje y algunos hasta se opusieron vehemente a sus enseñanzas y no pudieron tomar el vital camino de lo natural a lo espiritual y al contrario les ocurrió lo que le pasó a quienes fueron a ver a Juan el Bautista.
A. Sin cuestionamientos
Juan predicaba en Betania, no en Jerusalén. Allí lo había puesto el Señor a compartir su mensaje. Era una zona desértica, quien quería oírlo se trasladaba hasta ese lugar y quien no sencillamente pues se quedaba en casa y listo. Pero su mensaje no era común y mucha gente comenzó a ir a buscarlo.
Los fariseos se dieron cuenta y ellos mismos enviaron una comitiva.
El problema de ellos es que no fueron a escuchar al predicador, sino a cuestionar. No es malo cuestionar, al contrario es saludable, pero cuando con ello se busca mejorar la comprensión de un tema o una persona, pero cuando se trata de interrogar solo para desacreditar es algo completamente equivocado.
Las primeras dos preguntas de los enviados tenían algo de lógica, quién eres, que dices de ti mismo, pero la tercer fue abiertamente cuestionadora. ¿Por qué bautizas?, en lugar de creer en las palabras de Juan o simplemente quedarse callados ante las respuestas de este hombre.
Pero así le paso a mucha gente que tiene muchas preguntas con respecto a la fe. Que tiene severos problemas porque asume que el mensaje del evangelio tiene partes que se tienen que responder y llega a este punto y allí se detiene y muchas veces allí se queda.
B. Con humildad
Juan entendió perfectamente las motivaciones con las que llegaron los enviados de los fariseos y les contestó de buena gana y de paso les mostró su carácter de precursor de Cristo, aunque ellos no lo entendieron porque llegaron allí con prejuicios, nunca con una actitud abierta para aprender.
Les dijo claramente que él simplemente era una voz en el desierto, citando al profeta Isaías, el más mesianico de todos los videntes del Antiguo Testamento. El mensaje de Juan fue sencillo y claro. Él no era el Mesías, pero era su mensajero. Tal como los fariseos sabían que habría de ocurrir cuando el Ungido del Señor viniera a la tierra.
Y todavía fue más lejos porque les anunció que el Mesías ya estaba entre ellos y la actitud que él sabía que tenía que asumir era de humildad. La frase “no soy digno de desatar la correa de su calzado”, muestra que Juan se sentía indigno ante la grandeza y santidad del Hijo de Dios.
Juan tenía muy claro que Cristo ya estaba entre ellos, pero los fariseos que tuvieron la primicia no pudieron responder positivamente. Ellos no pudieron andar el vital camino de lo natural a lo espiritual porque se resistieron, porque se rehusaron a creer y porque se mantuvieron en su posición altiva y orgullosa de ser los únicos poseedores de la verdad.
El paso de lo natural a lo espiritual es un paso que ellos no quisieron dar, a pesar de que todas sus preguntas tuvieron respuesta porque sus ideas preconcebidas, sus prejuicios y sus posiciones irreductibles fueron más fuertes que una sencilla respuesta y actitud expectante de lo que estaba por ocurrir.
El evangelio de Juan arracan justamente presentándonos a la clase de personas que evitan dar ese paso de fe en pos de Jesús. Que se abstienen de dejar de mirar naturalmente para mirar con los ojos de la fe.