La Biblia dice en el salmo 92:1
“Altísimo Señor, ¡qué bueno es darte gracias y cantar himnos en tu honor!”.
El salmo noventa y dos se usó y es usado por los hebreos para una de sus más importantes celebraciones: el shabat, sábado o día de reposo. Ese día por prescripción de la ley mosaica el pueblo de Israel debe guardarse y dedicarse por completo a la oración, la meditación de la palabra de Dios y la adoración al Creador.
El salmo les recuerda y nos recuerda a nosotros que después de seis días, Dios reposó de toda su obra y como dice el libro de Éxodo: santificó ese día, de tal forma que los judíos quedaron obligados a detener todas sus labores personales y de sus trabajadores para dedicarle a Dios un día completo.
La conexión entre el día de reposo y la creación es intrínseca, es decir, sábado y creación no se pueden separar ni dividir, por eso este salmo comienza con una declaración utilizando la palabra bueno. Durante lo seis días cada que el Señor creaba alguna de las obras que ahora vemos, inevitablemente la expresión utilizada fue que lo creado era bueno.
Esta reiteración alcanzó su clímax cuando fue creado el hombre en el sexto día porque en ese momento la exclamación fue: Y vio Dios que era bueno en gran manera. Con ello quería dejarse en claro que todo lo hecho por Dios fue bueno, incluido el ser humano en una manifestación gloriosa de su poder.
Hay dos cosas que son buenas y el hombre las puede ejecutar: darle gracias a Dios y cantar himnos en su honor. La gratitud es tal vez la actitud que más agrada al Señor porque revela claramente la condición del corazón humano. Un corazón agradecido reconoce los favores recibidos y le retribuye de alguna forma a quien le otorgó su ayuda o su apoyo.
Cantarle a Dios refleja también el estado del corazón de hombres y mujeres porque cantar en honor a Dios solo se puede hacer cuando decidimos alegrarnos en el Creador sin importar si lo que sucede a nuestro alrededor es lo suficientemente satisfactorio, lo importante es honrar al Señor.
Agradecer a Dios y cantarle es una manera de preservar lo bueno que fue lo hecho en la creación. Es una forma de recordarnos permanentemente que todo lo que hizo Dios en seis días es inmensamente bueno y que de ningún modo debemos de dejar de dedicarle a Dios lo mejor de nosotros.
Dedicarle a Dios un día es apenas lo mínimo que podemos hacer porque en realidad le deberíamos dedicar nuestra vida completa ante tanta bondad suya al crear la tierra y el universo demostrándonos que es inmensamente poderoso.