La Biblia dice en Salmos 100:2
“Con alegría adoren al Señor, ¡con gritos de alegría vengan a su presencia!”
La palabra que la versión Dios Habla Hoy traduce como adoren al Señor procede de la raíz hebrea “abad” que se traduce como trabajar, cultivar, fabricar y en su sentido intenso esclavo, sirviente, servidumbre, criado y cautivo. Por eso otras versiones la traducen como servid o servicio.
La versión Dios Habla Hoy lo vierte como “adoren” porque el contexto en el que aparece la expresión tiene sentido, pero en realidad lo que el salmista está pidiendo a los hebreos que cantaban este salmo era que se convirtieran en siervos del Señor, entendiendo perfectamente el sentido de la orden y sus consecuencias.
Ningún otro pueblo que mejor entienda el sentido de esclavitud que el pueblo hebreo que por cuatrocientos años vivió como esclavo en Egipto de donde fue liberado por el Señor y conducido a la liberación y a la tierra que fluye leche y miel para adorar al Señor en completa libertad.
Sin embargo la razón por la cual fueron rotas sus cadena de opresión fue para servir al Señor, es decir, para hacerse esclavos del Dios. Se trata de pasar de un amo déspota e inmisericorde a uno lleno de amor y benignidad que se compadece de su pueblo y que lo cuida y protege.
Los hebreos debían descubrir la bendición que resulta de vivir entregados exclusivamente para Dios como vivían para el pueblo de Egipto y su Farón, con la gran diferencia que Dios no los maltrataría sino que les llevaría de bendición y bendición, siempre y cuando ellos decidieran rendirse incondicionalmente al Señor.
Con esa idea en su mente y en su corazón debían llegar al a presencia de Dios acompañada de mucha alegría, una alegría desbordada que se manifestara a través de gritos de júbilo, gozo y regocijo.
El salmista quería que este canto sirviera para entender que el hecho de hacer del Señor nuestro Rey de ningún modo quiere decir que nos agobie la tristeza o que nos sintamos abrumados porque él decidirá todo lo que hagamos. Al contrario, el autor del salmo quiere que asimilemos que la verdadera alegría solo la podremos encontrar sirviendo al Señor.
Hay en este verso una profunda verdad, aprendida por la lección del pueblo de Israel: si no convertimos a Dios en nuestro amo y señor, terminaremos siendo esclavos de personas u objetos a quien viviremos sujetos pensando que seremos felices, pero en realidad viviremos angustiados y atribulados porque serán incapaces de atender nuestras más profundas necesidades.