La Biblia dice en Lucas 11:52
“¡Ay de vosotros, intérpretes de la ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis.”
Los intérpretes de la ley eran los conocedores de la revelación divina. Eran los encargados de iluminar el conocimiento de la Escritura entre los hebreos. Eran una especie de peritos a la hora de dilucidar algún asunto complejo de interpretación entre el pueblo judío. Eran los únicos autorizados para desahogar algún tema polémico.
Tenían una gran relevancia social entre los hebreos porque sus palabras eran determinantes. Nadie poseía tal influencia en la sociedad judía de su tiempo porque eran una especie de guardianes de la doctrina y lo que estuviera fuera de su aprobación simplemente era herejía.
Cristo les lanza un “ay” o lamento, que ellos conocían bien porque los profetas del Antiguo Testamento usaron esa expresión para condenar la conducta de los israelitas cuando su forma de vida se alejaba de los mandamientos que el Señor había establecido. Ellos sabían bien lo que Cristo les estaba señalando.
La razón de estas palabras de Cristo radicaba en el gran error de estos hombres al convertirse en la única llave para acceder al conocimiento de Dios, pero en lugar de volver accesible ese conocimiento en realidad se convirtieron en un dique o estorbo para que la gente pudiera acercarse a Dios.
Su grave equivocación residió en que no entraron ellos y tampoco dejaron que entrar a nadie. Cayeron en una situación tristemente de estorbo. El título de intérpretes de la ley los llenó de soberbia y altivez que de pronto solo se dedicaron a condenar todo lo que pensaban que estaba mal.
Su situación y condena por parte de Cristo nos recuerda que nosotros somos especie de llaves que abrimos la puerta de salvación a los perdidos. Quiero aclarar no salvamos a nadie. Solo Dios salva, pero nosotros somos influencia para que la gente se acerque o aleje de Dios y debemos ser muy cuidadosos.
Debemos “entrar” a la salvación con toda determinación y dejar que otros entren y no convertirnos en personas que obstaculicen el tránsito de las personas hacia la redención en Cristo Jesús. Seamos esa clase de facilitadores que hacen que las personas encuentre de manera sencilla la salvación en Cristo.