La Biblia dice en Juan 15:1
“Jesús continúo: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el que la cultiva.”
El evangelio de Juan trata de todas las formas posibles descubrir quien es Jesús, para ello recurre a ejemplos muy claros y sobre todo a expresiones que hagan posible a los lectores de las buenas nuevas que escribió a entender rápidamente de manera sencilla y simple para asimilar correctamente la figura de Cristo.
Uno de esos ejemplos es la vid, que se puede traducir como viñedo donde se producen uvas y que en Israel era común encontrar esa clase de plantaciones porque el vino era y sigue siendo muy apreciado no solo entre los hebreos, sino en todo el mundo por el placer que produce al beberlo.
Jesús es la vid verdadera, es de suponerse entonces que hay una vida falsa. Para entender las palabras de Cristo debemos considerar que Israel fue comparado por muchos profetas del Antiguo Testamento como una vid, pero evidentemente Israel nunca pudo convertirse en la clase de viñedo que el Señor pretendía por su obstinación, rebeldía y obcecación.
Cristo se convirtió en la vid verdadera porque dejó al Padre moldearlo o siguiendo el ejemplo que usó: fue la viña y el Padre el viñador que cortó las ramas que no servían y dio fruto, mucho fruto. Esa justamente es la idea de esta comparación que hace Jesús en este texto.
Cristo quería que sus discípulos entendieran que estaban frente a dos clases de viña, la que siempre fue Israel o la nueva presentada en Jesucristo. La diferencia entre ambas radicaba y radica esencialmente en los frutos. La vid verdadera de frutos, la vid falsa o el viñedo falso no podía hacerlo.
La idea de Jesús era hacernos comprender que si afirmamos o pregonamos ser sus seguidores es evidente que tiene que haber fruto o resultados en nuestra vida y para ello al igual que en un viñedo debemos permitir que Cristo “corte las ramas” que no permiten dar fruto.
Si decimos que somos seguidores del Señor debemos entonces probarlo con frutos. No en balde Cristo afirmó que a sus discípulos “por sus frutos los conoceréis.” Él es la vid y nosotros somos los ramas. Él es la vid verdadera, la que sí da fruto. Al pertenecer a su viñedo estamos obligados a dar resultados.