La Biblia dicen en Habacuc 2:20
“Pero el Señor está en su santo templo; ¡guarde silencio delante de él toda la tierra.”
El profeta Habacuc conoció con anticipación uno de los más terribles juicios que vinieron sobre Israel y si bien le suplicó a Dios que lo detuviera, la resolución divina estaba tomada y nada haría cambiar de parecer al Señor que preparó al pueblo de Babilonia para la ingrata e infausta tarea de disciplinar a su pueblo.
Babilonia floreció con el único propósito de sancionar a la nación judía y una vez cumplido su cometido también padecería sus maldades, descarada idolatría y la contaminación espiritual que trajo al mundo su existencia, no en balde el libro de Apocalipsis o Revelación, usa a Babilonia como el prototipo de la perversión espiritual.
Estos dos singulares hechos Dios: levantar una nación para castigar a su pueblo y por otra parte destruir luego a esa nación despertó en el profeta y sus contemporáneos, así como a nosotros preguntas e interrogantes sobre la soberanía de Dios, un tema por demás incomprensible para la mente humana.
Porque es sumamente complicado entender cómo un Dios de amor puede crear y destruir un pueblo completo solo para disciplinar a su pueblo. La respuesta está lejos, muy lejos, de nuestro alcance, particularmente porque no podemos inquirir la mente del Señor que tiene propósitos incomprensibles para nosotros.
Esa es la razón por la que el profeta Habacuc nos pide y pide a la humanidad entera callar, guardar silencio y no hablar ante las resoluciones, designios y determinaciones del Señor. Lo mejor es no emitir ni palabras ni juicios porque nunca podremos entender los propósitos eternos del Creador.
El silencio es la mejor respuesta que podemos hacer ante el Señor que habita en su casa y desde allí gobierna al mundo, llevándolo, conduciéndolo y dirigiéndolo hacía el destino que tiene marcado desde antes de la creación. ¿Qué podemos reclamarle? Nosotros seres tan limitados. Nada.
Cuando Dios despliega su soberanía, es decir cuando no entendemos lo que está ocurriendo a nuestro alrededor o en nuestras propias vidas, dejemos al Señor hacer porque él es sabio sin medida y siempre sabe lo que hace y por qué lo hace.