La Biblia dice en Hebreos 11: 9-10
9Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; 10 porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
Introducción
El padre de la fe nos dio muchas lecciones sobre la confianza en Dios. El autor de la carta a los Hebreos nos presenta la confianza en Dios de este patriarca desde diferentes ángulos porque una y otra vez se mostró esperanzado en las promesas de Dios lo que le valió convertirse no solo en el padre de la nación hebrea, sino en un varón de mucha emuná.
En los versos que hoy estudiamos se nos lleva a reflexionar en una de las virtudes de Abraham, que al llegar a la tierra que se le prometió no pensó o no se conformó con la idea de que ahí acababa todo, que su fe había alcanzado su límite. No pensó que con el arribo a la tierra prometida Dios ya había cumplido y todos felices.
Una vez que arribó al lugar al que Dios le había dicho que le habría de dar como herencia, vivió allí de una manera tal que nos demostró que la fe que ejerció fue una fe sin apegos, una confianza en la que siempre hay más por hacer, una fe cuya culminación es llevarnos a la presencia de Dios en el cielo.
El autor de la carta a los Hebreos nos dice con insistencia que Abraham habitó como extranjero y moró cómo en tierra ajena en la tierra prometida y añade en tiendas de campaña para señalar que el patriarca no se aferró a los bienes materiales que tenía porque su esperanza estaba puesta en otro lugar.
Que tremenda lección la de este hombre que bien pudo conformarse con la tierra prometida, pero entendió que la confianza que tenía en Dios iba más allá de resignarse con cosas materiales. Que en definitiva esta tierra no era su tierra. Que este mundo es pasajero y que más allá del sol, como dice el coro, tenemos un hogar, un bello hogar.
Indudablemente Abraham nos enseña a ver más allá de este mundo. Por más bien que la pasemos, por más bienes que consigamos nuestra mirada debe estar puesta en la eternidad donde hemos de vivir para siempre. Dios lo dirigió a la tierra prometida y lo instaló en ese lugar.
Pero el patriarca en lugar de conformarse con esa bendición siguió esperando en Dios como nosotros debemos de esperar, recordando una y otra vez que este mundo no es nuestro hogar permanente. Que estamos de paso y que nos dirigimos a la patria celestial donde viviremos para siempre.
La fe de Abraham es un fe sin apegos porque al llegar a la tierra que Dios le había jurado que le daría no asumió jamás que ese era el final de su confianza en Dios. El siempre supo que había algo más importante que eso y vivió de esa manera vivió sin apegos, sin aferrarse a nada. Abraham nos enseña que nuestro reino no es de este mundo.
Una fe que se prueba y aprueba
Abraham: Una fe sin apegos
I. Que hace vivir como extranjeros
II. Que se transmite a los hijos
III. Que espera la ciudad de Dios
A los seres humanos nos cuesta mucho desprendernos de todas aquellas cosas que valoramos. Qué difícil resulta soltar lo que consideramos importante para nosotros. Hablo no solo en términos materiales, sino también emocionales. Es muy complicado prescindir de todo aquello a lo que le damos un valor afectivo.

I. Que hace vivir como extranjeros
Imaginemos a Abraham después de un largo viaje desde Haram hasta la tierra de Israel, por fin llegó a la tierra que Dios le había prometido. La conoció, se instaló allí y comenzó a vivir. Por lo que nos dice el autor de los Hebreos no comenzó a construir rápidamente, sino que vivió en tiendas.
Las tiendas eran una especie de casas montables y desmontables que se construían con pieles de animales para protegerse el inclemente clima del medio oriente. Pudo haber construido casas, pero prefirió vivir así para no apegarse a esa tierra, para no amarla más que a Dios, porque vivía con la esperanza de que había algo más.
El verso nueve que estudiamos este día dice así:
Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena. Bastaba con que el texto dijera que vivió o puso su residencia en la tierra prometida y se entendería perfectamente la manera en que el patriarca puso su vivienda en lo que hoy es Israel.
Pero además de decir que habitó como extranjero, la Escritura nos dice que vivió en “tierra ajena”. Dos expresiones que resalta la forma en que Abraham asimiló su estancia en ese lugar. La palabra extranjero procede de la raíz griega paraoikeó.
La expresión solo se usa dos veces en el Nuevo Testamento. Aquí y en Lucas 24: 18 cuando dos discípulos caminan hacia Emaús y Jesús les pregunta que pasó en Jerusalén y uno de ellos le reprocha no saber lo acontecido en esa pascua en la capital de Jerusalén y le llama forastero.
Un forastero es alguien que esta de paso. Que no tiene su residencia permanente en algún lugar. Es alguien que está por unas horas, unos días o unas semanas, pero que irremediablemente tendrá que partir. Abraham se sentía de esa manera y actuaba de esa forma.
La grandeza de Abraham radica en que la tierra era suya, pero decidió vivir como si no fuera suya. La fe de Abraham nos enseña que debemos vivir sin apego de lo que es nuestro y no me refiero a los bienes materiales únicamente, me refiero a la vida misma. No es nuestra. Es de Dios, vivamos siempre sabiendo que nada es nuestro, ni nuestra propia existencia.
La otra palabra que se utiliza en este verso es tierra ajena. La palabra ajena procede de la raíz griega allotrios que denota la idea de algo o alguien que pertenece a otra persona. La palabra nos conduce al sentido de pertenencia que no es otra cosa que el agrado o la sensación placentera de sentirse parte de un grupo, un pueblo o una nación.
Abraham con todo y que esa tierra era suya, se sintió ajeno. La palabra allotrios es la misma que se utiliza en Hechos 7: 6 cuando Esteban en su discurso dice que los judíos “vivirían como extraños o ajenos por cuatrocientos años en Egipto al termino de los cuales saldrían de allí”.
Abraham se sentía ajeno en la tierra prometida porque había entendido perfectamente que la fe nos hace olvidarnos de nuestros apegos.
II. Que se transmite a los hijos
Abraham vivió en tiendas con Isaac y Jacob dice el texto de Hebreos en una fórmula que nos permite comprender que el patriarca transmitió a sus hijos el concepto que él tenía de la fe. A sus hijos no les costó mucho trabajo vivir de esa manera porque así vivió su progenitor.
La responsabilidad de los padres para enseñarle a sus hijos la forma en que se debe vivir en este mundo es grande. Un padre que sabe que este mundo no es el fin de todo, mostrará a sus descendientes a vivir de esa misma manera lo que redundará en beneficio de sus hijos, nietos y bisnietos.
Los descendientes de Abraham comprendieron tan bien esa enseñanza que vivieron igual que su padre y abuelo respectivamente, porque los judíos encabezan todas sus oraciones comenzando siempre con la frase Dios de Abraham, Isaac y Jacobcomo una muestra de respeto a quienes supieron vivir confiando en Dios.
III. Que espera la ciudad de Dios
Abraham pudo vivir sin apegos, pudo vivir sin aferrarse a nada de este mundo por la razón que señala el versículo 10 del capítulo 11 de Hebreos:
porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
Abraham esperaba la ciudad de Dios que según este verso tiene al menos tres características que a continuación veremos:
A. Tiene fundamentos
La ciudad de Dios no es romanticismo ni idealismo nacido del anhelo por salir de este mundo. La palabra fundamentos tiene la idea de algo con bases sólidas o con bases eternas. Abraham y todos aquellos que tiene una fe sin apegos esperan algo seguro, algo que tiene certeza porque es Dios quien la promete.
No se trata de una quimera ni una ilusión. Jesús dijo en la casa de mi padre hay muchas moradas, voy pues a prepararles lugar para que donde yo este ustedes también estén. No. La creencia de una ciudad en la que Dios gobierna no es un sueño, sino una verdad que plantea la Escritura desde siempre.
B. El arquitecto y constructor es Dios
Esa ciudad de la que habla el autor de la carta a los Hebreos fue diseñada por Dios como un gran arquitecto, pero a la vez él mismo la va edificando. Es difícil encontrar en nuestro mundo alguien que siendo arquitecto, él mismo construya o trabaje para edificar las construcciones.
En el caso de Dios se resalta su poder infinito para proyectar lo que será su ciudad. La frase ciudad de Dios se repite por lo menos tres veces más en Hebreos. La encontramos en 11: 16, 12: 22 y 13: 14. Es evidente que esa definición significaba mucho para los hebreos, pero también es un recordatorio de que esperamos algo más, que esperamos la ciudad de nuestro Dios.