La Biblia dice en Juan 1:41

“Andrés antes que nada , fue a buscar a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).”

Andrés se conmovió con la predicación de Juan el Bautista y rápidamente se convirtió en su seguidor. Las palabras de ese novedoso predicador calaron hondo en su corazón, pero cuando les presentó a Jesús como el Cordero de Dios, el corazón de este varón fue impactado grandemente que no tuvo duda que estaba frente al Mesías.

Le basto conocer donde vivía y en consecuencia su estilo de vida y pasar unas horas a su lado para convencerse de que había hecho el más grande descubrimiento de su vida, que ese hombre avecindado en Nazaret de Galilea era el Mesías esperado por siglos entre los hebreos como esperanza de redención de Israel.

Fue tal su seguridad que no tuvo empacho en buscar a su hermano Simón para decirle su certeza. Andrés estaba completamente convencido de quien era Jesús. Ni siquiera había visto señal alguna para estar totalmente seguro que había encontrado al Ungido del Señor que fue a compartir a su hermano su novedad y además lo llevó a conocerlo.

Andrés nos enseña que la certeza de conocer a Cristo nos lleva irremediablemente a compartirlo. Cuando alguien descubre, encuentra o camina con Jesús, de manera casi natural le dice a todos que lo ha conocido y se dedica con entusiasmo y alegría a llevarlo a cada persona.

Jesús, nos muestra Andrés, se comparte, se lleva a toda la gente, se muestra, se presenta, se expone. Creer en Jesús no es una asunto privado, sino público. Lo llevamos al mercado, a la escuela, a las calles, más allá de nuestras casas y templos y lo exhibimos como el más grande tesoro que podemos tener.

Encontrar al Mesías o a Jesús no es un acto de suerte, ni mucho menos un asunto al azar. Nada de eso. A Jesús lo encontramos en todos aquellos que lo comparten convencidos como Andrés de que han encontrado no una religión, sino una novedosa vida donde lo más valioso es lo que no se ve, porque eso es eterno.

El alma de Andrés se sintió tan satisfecha, tan plena y dejó de estar vacía cuando se acercó a Jesús que no le quedó la menor duda que había descubierto un rico tesoro espiritual para su vida y nunca más dejó de seguirlo, ni de compartirlo.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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