La Biblia dice en Tito 1:12
“Fue un profeta de la misma isla de Creta quien dijo de sus paisanos: Los cretenses, siempre mentirosos, salvajes, glotones y perezosos.”
En su ensayo “El laberinto de la soledad”, el escritor y poeta mexicano Octavio Paz describió la idiosincrasia del mexicano, es decir su particular estilo de vida, pero también su forma de entender su origen racial, nacido de la mezcla de españoles e indígenas. Por esos mismos años el antropólogo estadounidense Oscar Lewis escribió su obra “Los hijos de Sánchez”, en el que retrata también el ser y quehcer de los mexicanos.
Casi cada nación se ha dado a la tarea de buscar su identidad. Sociologos, filósofos, antropólogos y muchos más tratan de entender la forma de ser de cada nación o cada país de este mundo. Los argentinos, por ejemplo, cuando se les pregunta sobre su origen responden con sarcamo que ellos descienden de los barcos. De esa forma explican su particular forma de ser.
Esa ha sido una tarea singular a través de toda la historia. En el verso que hoy meditamos podemos percatarnos que hace más de veinte siglos tratando de saber cómo eran los habitantes de la isla de Creta, uno de sus profetas, según nos dice el apóstol Pablo, los definió durísimamente: son mentirosos, salvajes, glotones y perezosos, dijo.
El apóstol Pablo que había recorrido ya mucho del imperio romano y conocido muchos pueblos, lenguas, naciones y tribus validó la definición de ese grupo de personas asentadas en esa isla que hoy en día sigue existiendo con el mismo nombre y le pidió a los creyentes que lucharan por enterrar esa definición.
Pablo les señaló que no había error en la definición. Que no se trataba de una malquerencia o un invento, sino que en realidad los cretences se conducían de esa manera. Que el profeta había acertado acerca de la naturaleza de los cretences y ellos debían luchar para dejar de vivir de esa forma.
En otras palabras les explicó que el cristianismo tiene la fuerza y el poder suficiente para sacarnos del molde cultural que nos impone nuestro entorno. Que la Escritura es suficiente para transformarnos para bien y hacer de cada uno de nosotros personas completamente diferentes para no ser absorbidos o asimilados por nuestra mexicanidad, en este caso.
No se trata de desnaturalizarnos, sino más bien de quitar todo lo malo que hay en nuestra cultura o nuestra forma de ser y sujetarnos o ceñirnos a los principios y valores que emanan de la revelación divina. Los creyentes son capaces de luchar para que la idiosincrasia que les marca el lugar de su nacimiento se modifique sustancialmente.